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«En la adopción hay que ganarle la batalla a la ansiedad»

Dos mirandeses se animan a contar toda su experiencia que como padres adoptivos de Pablo, mientras aguardan que un juez dicte el auto de adopción de su segundo hijo, Juan, y esperan que su testimonio pueda ayudar a «esperar» a otros

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La sonrisa de Pablo lo dice todo, está con su familia.

F.V.R.


El comienzo de la historia podría empezar por el final y decir «y vivieron felices», pero el inicio vuelve a llevarnos bien atrás. El puntapié inicial de este partido empezó allá por el año 2002 y los protagonistas fueron Eduardo y María Sol, dos mirandeses que decidieron ese año que querían adoptar un niño y aunque hoy son padres de Pablo y pugnan por Juan, que se encuentra aún en el período de acogimiento, admiten que son «afortunados» y que en esto «no ganaron sólo los niños. Nosotros ganamos más que ellos», dicen casi al unísono.
Pero echando mucho más atrás las agujas del reloj podríamos contar que ambos llevan casados 20 años aunque se conocen desde los 12. «Os presento a mi primer novio, esposo y todo», dice orgullosa Marisol. Ambos llevaban algunos años casados pero cuando decidieron que querían ampliar la familia no consiguieron tener hijos biológicos.

EL PRIMER CAMINO. Marisol aguantó junto a su marido 8 inseminaciones artificiales y 4 fecundaciones in vitro a las que fue sometida pero los resultados fueron infructuosos. «Que en realidad no sé para qué lo hicimos porque nuestros hijos estaban en un lugar al que nosotros todavía no les habíamos ido a buscar». Después de la última, y un tanto heridos de «tantos hospitales» consideraron la adopción como una posibilidad y a por ella fueron. «Creo que estábamos en un camino y no nos habíamos puesto a pensar que había otros posibles», cuentan.
Fue entonces que dieron el primer paso y se dirigieron al Ayuntamiento de Miranda en busca de información «porque no teníamos ni idea dónde se averiguaban estas cosas», detalla la mujer, quien agrega que una vez conseguido ese teléfono de la Gerencia de Servicios Sociales «y allí nos fuimos a la primera cita». En aquel primer contacto a los futuros padres les explicaron las normativas de adopción de cada uno de los países. «De entrada optamos por Colombia y luego nos decidimos por Bolivia», explican.

CADA PAÍS, UN MUNDO. En algunos países, puedes ir «por libre» como China, mientras que en otros, hace falta contactar con la Entidad Colaboradora de Adopción Internacional (ECAI) «que te facilitan tanto que te vacían los bolsillos», desliza Marisol con ironía. Países como Colombia exigen una estancia de 60 días; en la India o Rumania condicionan la adopción a dos viajes al país, o casos como el de México, donde los costes económicos son muy altos.
La Comunidad Autónoma decide sobre si una familia puede o no adoptar a un niño a través del Certificado de Idoneidad (CEI), un examen psicológico en el que «desnudan tu vida por completo, le dan la vuelta a todo lo que has hecho, es un momento durísimo», señalan, para agregar que existen casos de padres que no han podido adoptar por no superar la tensión en esta prueba.

A SEGUIR. El largo camino de la adopción no acaba en la administración, ahí comienza «el no dormir porque tú sabes donde te metes pero te falta información. Tienes que desandar un camino que está lleno de dificultades, que es emocionante pero nadie tiene que asustarse por ello porque aquí no hay alguien que te lo quiera complicar», arengan.
Marisol piensa que una madre biológica «se prepara» para la llegada de su bebé a medida que éste va creciendo en su vientre pero para los padres adoptantes esa etapa no forma parte de su día a día. Ellos sufren, ansían, temen, quieren y hasta sufren a partes iguales «porque en esto todo es de a dos a partes iguales y se espera de la misma manera la espera, el dolor, la alegría, los retortijones en la tripa», dice Eduardo.

RETOS CONSTANTES. En el recorrido que lleva rumbo a una adopción deben superarse muchas pruebas aunque para estos padres la batalla más importante hay que ganársela «a la ansiedad». Durante el proceso se atraviesan momentos de incertidumbre porque «por cada paso que das surgen nuevos caminos. La administración está ahí y de verdad, te prestan toda la ayuda de la que disponen, pero hay algo en lo que no pueden auxiliarte y es en la paciencia, el esperar y entender que esto requiere un tiempo y que tú no puedes hacer nada».
Esa frase tan repetida de «la vida continúa» es oportuna, quizás, para determinados momentos pero cambia el sentido cuando se trata de la espera de un hijo. «Sabíamos que debíamos seguir haciendo cosas mientras pasaba el tiempo pero no podíamos, nuestra vida estaba como detenida. Hay que amueblar tu cabeza. Con Pablo lo vivimos muy diferente que con Juan porque ya teníamos un hijo en casa y no podíamos fallar o desatenderle en lo más mínimo», declara Eduardo.

AUTO DE ADOPCIÓN. El caso de Juan es completamente diferente porque a sus padres aún no les han dado el auto de adopción del más pequeño. Por lo que, además de esperar a que el Juez dictamine a favor de los mirandeses (algo que podría tardar tres años más), incluso podría darse el caso de que los padres biológicos de Juan le reclamen y el pequeño debiera abandonar su hogar de Miranda para volver a donde nació. «No contemplamos esa opción en nuestra cabeza, Juan es nuestro hijo y así será», reza, tajante, Marisol. La historia del primer y del segundo proceso de adopción es diferente. Con Pablo fue cuestión de meses, comenzaron en febrero de 2002, en septiembre hicieron el CEI y tres meses más tarde les notificaron que sí eran idóneos. A partir de allí se comunicaron con la ECAI y empezaron con los trámites. En enero de 2003 los papeles salieron desde España rumbo a Bolivia y en mayo la pareja mirandesa viajaba para buscar a su hijo a Sudamérica. El niño tenía dos años y nueve meses cuando le conocieron aunque debieron permanecer un mes y medio en Bolivia antes de regresar a Europa.

MULTICULTURALIDAD. Hay un término que define a muchas familias en la actualidad que es la multiculturalidad. Los núcleos familiares han cambiado su mapa y en la adopción esta máxima se cumple. Pablo es un niño guapo, guapísimo, educado y por momentos, parece mucho más mayor de lo que en realidad es. Sus padres le fueron a buscar al distrito de Santa Cruz, en Bolivia, en 2003. Mientras que Juan aún no tiene 3 años, es español y llegó a Miranda en febrero de este año.
Una situación muy diferente a la de Pablo al que los Servicios Sociales de Bolivia solamente hicieron el seguimiento de su adaptación durante los dos primeros años en Miranda y luego se ha perdido todo enlace con aquel país.
Los padres no han perdido la memoria y todavía recuerdan cómo habían forrado todas las puertas de su casa con mapas de Bolivia para intentar adivinar de cuál de los dos distritos bolivianos provendría su hijo. De aquellos momentos recuerdan que fue tan rápido que hasta les costaba pensar no sabían ni qué tenían que llevarse en la maleta. Pero sí que fueron conscientes de que Pablo tenía en su pueblo otro nombre, la identidad de la madre, las cosas por las que había pasado y que aunque estaba muy bien de salud había llevado una mala vida.
«Te tienes que fiar de lo que te dicen pero sabíamos que nuestro hijo tenía toda clase de bichos en su pancita, la tenía hinchada de lombrices, de virus y de bacterias cuando le conocimos», se apenan, y agregan que han visto al niño «beber agua de un charco».
Ya en Bolivia te obligan a presentarte «de tiros largos», esto es de traje y bien afeitado el padre y de «cabello lo más largo posible y como para una boda» la madre, según relatan porque hay que dar «imagen de riqueza». En la primera audiencia en el país sudamericano te otorgan un certificado y te expiden el permiso para poder visitar al niño. «Llegamos tarde al hogar de Santa Cruz con Blas, el peluche de barrio Sésamo que le habíamos comprado, y apenas nos permitieron que le viésemos. Pablo estaba en pijama y la persona que le rescató de la cama y de aquel berenjenal de niños que había le dijo que ya habían venido sus padres. Nos dimos un abrazo y un beso y Pablo nos cogió de la mano y nos condujo hasta los columpios. Esa fue nuestra primera toma de contacto con nuestro hijo, apenas duró un cuarto de hora», refieren.

HIELO Y FUEGO. Pero esa no fue la única experiencia fuerte que vivieron allí. «Nunca olvidaremos a una niña preciosa llamada Dulce que se acercó y me llamó mamá», dice Marisol, y se quiebra. Eduardo apoya a su mujer asegurando que aquello «fue la experiencia más dura que he vivido. Aunque intentaban mantener al resto de los niños alejados, había tantos que era imposible. Nos rodeaban, nos cogían de los pantalones y nos decían mamá, papá, llevadnos», hace una pausa, para luego agregar «nos los hubiésemos traído a todos. Lo peor es que el segundo día no podíamos reconocer a nuestro hijo y supimos quién era porque no había soltado a Blas», cuentan con dolor.
El matrimonio recuerda una frase que le dijo un amigo boliviano vinculado a lo que iban a vivir allí, «debes tener hielo y fuego. Hielo para soportar el abandono de todos esos niños y fuego para con tu hijo», señala Eduardo quien cuenta que sólo en aquel centro habría más de 150 niños sin hogar y que había de todas las edades desde bebés en cunitas hasta niños un tanto mayores «y a los que casi nadie quiere», sopesan
Hace 5 años, iniciaron un segundo proceso de adopción en Bolivia y nunca les llamaron «¿me quieren explicar qué hacen los orfanatos de Bolivia que frenan las adopciones? Allí han tenido que cerrar centros porque los niños no tienen ni comida ni medicinas ni nada ¿dónde están esos niños? », subraya con angustia Marisol. En 2002, el matrimonio decidió presentar la solicitud de adopción nacional sabiendo que la espera también podría durar 8 años. En febrero de 2010 recibieron el llamado telefónico confirmando que Juan les estaba esperando también.
Esos mitos que hablan sobre la burocracia en la administración regional es derribado por estos padres quienes afirman que en Valladolid «tienen la mejor predisposición para ayudar a los padres», y que además, en cuanto a la llegada al país con un niño adoptado la situación es la misma. «En la aduana deben constatar toda la documentación pero todos intentan ayudarte y al final, en el fondo creo que dimensionan lo que estás haciendo y por lo que estás pasando».

DIFERENCIAS. Mientras que Pablo llegó al hogar de la pareja con su nuevo documento e identidad, el caso de Juan es bien diferente puesto que el pequeño aún se encuentra en acogimiento pre adoptivo y que la «adopción internacional es un proceso muy duro, sobre todo porque «en la mayoría de los casos no se trata de que los padres hayan renunciado a sus hijos» sino que los propios servicios sociales son los que han decidido quitarles la tenencia.
Esta espera se puede extender en el tiempo «hasta que un juez dictamine que el niño es adoptable. Es una batalla contra la nada porque no hay nada que tú puedas hacer y cómo le explicamos a Pablo que Juan no es todavía su hermano y que un día puede sonar el teléfono y se lo pueden llevar», sostiene Eduardo.

Hay que luchar también como la discriminación o la crueldad por ignorancia. «Una vez Pablo vino llorando del cole porque unos niños le habían dicho que a él le habíamos comprado porque era pobre. Al final, estas situaciones pueden repetirse y tienes que prepararte para todo. Lo más importante es tirar la toalla, aunque nosotros sí tuvimos un momento en que pensamos que no podríamos seguir adelante con el segundo hijo pero ahora sabemos que sí podemos y que somos muy felices».

Fuente: http://www.diariodeburgos.es/noticia.cfm/Miranda/20101003/adopcion/hay/ganarle/batalla/ansiedad/4E9EB17F-E57C-E6DE-08CA879E92E1C62F

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