
Los niños maltratados pesan tan poco que se nos vuelan de las manos. Son tan livianos porque sólo conocen el grito, el desprecio, la ira, lo incierto. Nunca han oído las palabras que nos hacen crecer y rozar el cielo con la punta de los dedos.
Los niños maltratados son golondrinas ateridas que se cobijan en un puesto de castañas, intentando pasar desapercibidas. No les gusta llamar la atención. Sueñan con ser invisibles. Sueñan con hacerse a la mar y aparecer en la otra cara de la Luna, donde nadie podrá escuchar sus pisadas, cuando se despiertan en mitad de la noche para beber un vaso de agua. El corazón de los niños maltratados late con timidez, como si tuviera miedo a romperse, pero no se cansa de hilar sueños. Los niños maltratados sueñan porque en su pecho se ha emboscado un poeta, que incendia su imaginación, con historias hermosas de niños queridos, de niños sin miedo, de niños que juegan con cometas y dragones de papel. Los niños maltratados sueñan con llegar a casa y hallar su cuarto repleto de serpentinas. Sueñan con oír su nombre, ondulándose como un caballito de mar entre espumas y caracolas marinas. Sueñan con fiestas bulliciosas donde su nombre ya no es un portazo, que dibuja grietas de hiel en las paredes, sino una estrofa que se repite, celebrando su presencia en el mundo.

Los niños maltratados huyen de las ciudades. Huyen de las calles mojadas, huyen de los charcos que bostezan con hastío, huyen de los escalones que les acercan hasta un timbre de piernas cortas y voz estridente. Los niños maltratados se estremecen de terror cuando unas manos ásperas apagan la luz de su habitación. Miran hacia arriba y el techo empieza a llenarse de brujas y machos cabríos, que lanzan espeluznantes risotadas. Una bandada de cuervos agita sus alas y un ogro desdentado avanza por un pantano de aguas fétidas. Unas ratas negras se pasean por las vísceras de un caballo muerto y las moscas se posan en los ojos de una procesión de ciegos, riéndose de su torpeza para espantarlas. Los cuartos de los niños maltratados son barrios de favelas, donde se escuchan los lamentos de una muchedumbre hambrienta. Los cuartos de los niños maltratados son gigantescos vertederos, que envenenan el aire con sus impurezas. Los niños maltratados se tapan los oídos y dejan de respirar, huyendo de tanto espanto, pero sólo logran tejer sueños efímeros.
Sueñan con bosques encantados. Sueñan con gatos parlantes y con ardillas que escrutan con un monóculo el fondo de una taza de té, intentando averiguar qué les reserva el futuro a esos niños sin futuro. Las hojas de té son compasivas y hablan del Mar de la China. Hablan de un navío que se inclina hasta tumbar sus velas sobre el agua. Hablan de la confusión del viento, que observa impotente cómo lo dejan atrás, con la melena desordenada y las mejillas enrojecidas. Hablan de las gaviotas que se ocupan de despertar a la espuma. La espuma se estira con ojos de sueño, pero en seguida alza paredes blancas como glaciares. Paredes blancas donde resbalan las arañas y los ciempiés que atemorizan a los niños maltratados en pesadillas sin cuento. Pesadillas infinitas que vuelven una y otra vez, como un pájaro ciego que no consigue orientarse en la espesura. Pesadillas hechas de miedo, dolor, impotencia. Pesadillas con dientes negros y ojos amarillos.

Los niños maltratados sueñan y sueñan sin tregua. Sueñan porque el alma les pesa como una piedra. Sueñan porque sus gritos se pierden en cañerías viejas. Sueñan porque sus ojos se han acostumbrado a rehuir la mirada y no quieren enfrentarse a pasillos esbeltos como guillotinas, donde una cuchilla con forma de cartabón se pasea por el filo de un precipicio. Sueñan porque saben que pueden perder la cabeza. No quieren ser tristes niños decapitados. Sólo quieren descansar bajo la Estrella Polar, esquivar el Cabo de las Tormentas y tumbarse en una isla con miles de pingüinos, que le enseñarán a hacer piruetas.
Los niños maltratados no son felices en la escuela. Siempre ocupan los últimos bancos, avergonzados por su tendencia a tartamudear. Si hablan con otros niños, sólo se les ocurre decir adiós. Los niños maltratados tienen la cara tiznada como deshollinadores y escriben con terribles faltas de ortografía, siempre indecisos entre la B y la V. La B y la V son tan antipáticas como una maestra con moño e impertinentes dorados. Los niños maltratados dibujan, pero nunca conservan lo que hacen. Después de mirarlo, lo rompen en mil pedazos, pues se creen incapaces de hacer nada hermoso. Los niños maltratados a veces acaban en la cárcel. No les inquieta demasiado, pues siempre tuvieron la sensación de vivir entre muros, con un bombilla desnuda chamuscándoles el pelo.

Los niños maltratados se pasean por nuestros sueños. Nos hablan, pero no entendemos lo que dicen. Gritan, pero su voz suena tan lejana que nos preguntamos si realmente se dirigen a nosotros. A veces, no parecen niños, sino perros apaleados, que titubean en el umbral, mendigando un gesto de ternura y un poco de pan. Los niños maltratados a veces se suicidan. No hay hora más triste. No hay momento más terrible. Los monstruos abandonan las entrañas de la tierra y comienzan a caminar por valles y llanuras.
Sus horrendas pisadas convierten la hierba en ceniza humeante. Las profundidades marinas vomitan sus inmundas criaturas. El cielo se abre y tose como un enfermo desahuciado. Las rosas se transforman en coágulos que obstruyen las arterias del aire. Los árboles se agachan consternados, hasta desenterrar sus raíces y enseñar que la eternidad puede ser una corona de espinas. Si no salvamos a los niños maltratados, no habrá salvación para nosotros. La humanidad se perderá en una pavorosa negrura.
Si no salvamos a los niños maltratados, no tendremos otra mortaja que la indiferencia y el olvido. Dios es un niño maltratado y aún espera que alguien disipe sus temores. Sus cicatrices no sanarán hasta que no haya niños maltratados y nadie pueda confundir el rumor de las aguas con el llanto sofocado de los inocentes, que ocultan la cara entre sus manitas. Cuando llegue ese día, el mar temblará de alegría, las estrellas se negarán a dormir y el sol y la luna bailarán un vals sobre un cielo que copiará cada uno de sus movimientos, riéndose de los escépticos que nunca creyeron en paraísos ni ensueños.
Si eres un niño maltratado, piensa que he escrito esto para ti. Las palabras no viven en los diccionarios, sino en los árboles, esperando que alguien se las coma y descubra que la pena resulta menos amarga, cuando tienes en tu boca la aurora, la esperanza y la dulzura.

Fuente: http://www.diariodealcala.es/articulo_c/general/2111/los-ninos-maltratados
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