El rechazo al hijo adoptivo se vive entre el silencio, la vergüenza y un debate moral que cobra notoriedad a medida que se desvelan casos también en nuestro país. Se calcula que en España alrededor de un 2% de las adopciones fracasa, dejando tras de sí una dramática estela de preguntas sin respuesta.
¿Qué ha fallado para que una familia renuncie al hijo adoptado? ¿Contemplaría esa misma posibilidad si se tratara de un hijo natural? Son posiblemente las dos interrogantes más inmediatas que se plantean al abordar un tema que sigue siendo tabú, especialmente para aquellas familias que han vivido algún caso de cerca.
La vergüenza
La vergüenza
En 2009, el realizador David Planell llevaba a la gran pantalla una problemática que, por silenciada, no deja de plantear importantes dilemas. En la película La Vergüenza, ganadora de la Biznaga de Oro y protagonizada por Alberto San Juan y Natalia Mateo, una pareja de treinteañeros de clase acomodada se enfrenta a la incapacidad de lidiar con su hijo adoptivo, un chaval de ocho años con serias dificultades de adaptación. Esta historia (como cada una de las otras historias a las que representa) desata una tormenta de consideraciones legales, sociales y personales.
Responsabilidad legal
La adopción es un proceso irrevocable, con idéntico vínculo legal que el de filiación natural. Un hijo adoptado legalmente cuenta con los mismos derechos que un hijo biológico. Sin embargo, en el caso de las adopciones a nivel nacional, existe un periodo en torno a un año en el que la figura legal de los padres respecto al niño es aún de acogimiento preadoptivo, esto es, un proceso abierto que contempla la posibilidad de ser interrumpido.
Una vez el menor es adoptado oficialmente, toda renuncia abriría un proceso judicial en el que los padres habrían de renunciar deliberadamente a la patria potestad. Del mismo modo sucede con las adopciones internacionales, en cuyo caso el estado receptor dirime la tutela de los menores independientemente de su país de origen, ya que desde el momento de su adopción cuentan con nacionalidad española.
Mientas no exista una familia que adopte al menor 'rechazado', éste permanecerá en un centro de menores
El rechazo: en tierra de nadie
Mientras no exista una nueva familia adoptante para el menor, éste posiblemente será acogido en un centro de menores o en una familia de transición. De hecho, la voz de alerta reciente en torno a la problemática de las adopciones fallidas parte de los servicios de protección a la infancia.
Más allá de consideraciones morales, una historia de adopción fracasada es un trauma para todos los que participaron de ella, pero sin duda es el menor quien mayor amparo necesita. En su caso, la historia se repite, pues el alejamiento de la familia que lo había adoptado reactiva su historia de abandono.
Cuanto más se acentúa este sentimiento, más probabilidades existen de que el niño se encierre en si mismo y muestre una actitud más defensiva, creándose de este modo una espiral de compleja resolución.
Juicio paralelo
Adicionalmente al marco legal, las adopciones fallidas son tabú por el juicio social que se abre cuando, al igual que sucede con los protagonistas de la citada película La Vergüenza, los padres se plantean renunciar al hijo adoptado.
Por un lado, resulta difícil de comprender que quienes se embarcan en un proceso de adopción digan 'ya no puedo más'. Una adopción es un proceso largo, en el que la voluntad de los adultos por incoporar a un nuevo miembro a la familia se somete a estudios psicológicos hasta ser considerados idóneos para la adopción.
Pero, ¿qué ha fallado? ¿Han sido los filtros los que han obviado algún elemento determinante? ¿Es legítimo hablar de un proyecto fallido? Los juicios de valor no pueden transformar la realidad: sucede.
Cifras en la oscuridad
Los expertos calculan que cada año, entre cincuenta y un centenar de familias españolas renuncian al proyecto adoptivo. Las cifras no están claras, ya que los servicios de tutela estatal no distinguen entre hijos biológicos o adoptados. Las familias que recurren a los servicios sociales en estos casos se enfrentan, sin duda, al estigma social. ¿Tenemos tendencia a proyectar nuestros propios juicios morales? ¿Nos resulta raro, bizarro, incomprensible?
Un caso real y polémico
En 2007, el caso de un diplomático holandés y su pareja originó una gran controversia internacional. Ambos iniciaron los trámites para devolver a su hija adoptada… siete años después de su adopción.
Toda adopción es una historia que comienza con un abandono, el de los padres biológicos, y eso puedo acabar creando un muro en la nueva relación paterno-filial
Expectativas
Cómo una familia llega a ese punto es otra de las cuestiones críticas. Una de las claves a las que apuntan los expertos para comenzar a desenmarañar la complejidad de esta situación familiar son las expectativas de los adoptantes.
Toda adopción es una historia que comienza con un abandono, el de los padres biológicos. Y esa 'mochila emocional' no se deshace de un día para otro. Reemplazar con las propias expectativas la madurez que requiere comprender esa carga puede acabar creando un muro en la relación con el pequeñín o el chaval que acaba de incorporarse a la familia.
La forma del fracaso
Y el fracaso se presenta con forma de U. Según los expertos, esa sería la curva imaginaria para representar gráficamente los patrones de la renuncia: las cotas más altas se darían al comienzo del proceso adoptivo, pero también en numerosos casos en los que ya ha transcurrido un periodo considerable de tiempo.
Prevención y reparación
En el libro El fracaso en la adopción, de Iolanda Galli y Francesco Vieró, los autores plantean dos ejes: identificar tanto factores de riesgo como aquellas dinámicas familiares que pueden confluir peligrosamente en una adopción fracasada.
¿Qué hacer para que la adopción sea un éxito? Psicológos, psicoterapeutas y trabajadores sociales pueden ser una ayuda determinante para detectar a tiempo los puntos más conflictivos e intentar corregirlos en las etapas iniciales de convivencia.
Comentarios
Un saludo,
Beatriz G. Luna