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“Los chinos no perciben el trabajo como un castigo”

“Los chinos no perciben el trabajo como un castigo”
Imagen de archivo de una tienda abierta por chinos. 


Liu Yang llegó a España con su familia a principios de los años 90, y desde entonces, este “chino españolizado que no ha perdido su cultura” ha vivido a caballo entre ambas civilizaciones, respondiendo por igual a su nombre original o al de “Antonio”. Licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y fundador de Mediterrasian Consulting, Yang ha trabajado tanto con la comunidad china como con empresas españolas, y actualmente ejerce como formador y mediador intercultural, consultor de negocios con China y profesor en la Universidad Católica San Vicente Mártir de Valencia.

Una trayectoria profesional y vital que le sitúa como observador privilegiado a la hora de analizar a un colectivo cuya cultura laboral se ha colocado en el punto de mira en tiempos de crisis, y al que incluso uno de los empresarios más exitosos del país, Juan Roigno dudó en poner como ejemplo a seguir por la sociedad española.

Y es que, más allá de tópicos, Yang corrobora que las diferencias existen: “Los chinos no perciben el trabajo como un castigo”, explica. “En una conversación con Marcelo Muñoz, el decano de los empresarios españoles en China, me hizo notar que los chinos no tienen la idea religiosa de ‘ganar el pan con el sudor de su frente’, por lo que el trabajo se ve simplemente comouna forma de otorgar dignidad a nuestras vidas”. A eso hay que sumarle la gran competencia existente a todos los niveles en un país con 1.350 millones de habitantes: “Tienes que hacerte valer, desde muy pequeños estamos intentando destacar, aunque eso contradiga los valores confucianos tradicionales”, afirma.

Uno de los aspectos más llamativos de los pequeños comerciantes chinos establecidos en España son sus largas jornadas de trabajo, con horarios que se prolongan mucho más de lo habitual, algo que Yang achaca a una cuestión de prioridades. “Los chinos también sabemos pasarlo bien, también tenemos ganas de viajar, pero para la prioridad es ahorrar para disfrutar de la vida en el futuro”. 

El tipo de negocio también juega un papel importante, ya que los chinos en España “tienen trabajos de niveles muy básicos, y cuanto más tiempo esté abierto el local, más posibilidades hay de ganar dinero”, razona Yang. “Si un comerciante tiene la tienda abierta no sabe cuántos clientes habrá, pero si la tiene cerrada no habrá ninguno, seguro”.

Yang ilustra las diferencias en la mentalidad económica con un par de ejemplos: “Si a un occidental le toca la lotería, se compra una casa y deja de trabajar, mientras que un chino monta dos empresas para ganar más. Y tampoco es raro que el dinero que le dan en su boda los familiares y amigos se invierta en un negocio, mientras que aquí los novios se van de viaje”.

El afán de ascenso social propio de cualquier emigrante también es relevante: “Los recién llegados quieren subir en la pirámide de la comunidad china, empiezan como mozos de almacén en Fuenlabrada pensando en ser algún día sus propios jefes”. Yang conoce de primera mano casos de éxito, como el de “un chico que llegó muy joven a España con ideas pioneras en cadenas de alimentación, y a sus 35 años, conduce coches de lujo y vive en la mejor zona de Madrid. Lo consiguió ahorrando y sacrificándose mucho durante quince años”. La idea de adquirir estatus social a través de las posesiones está cobrando mucha fuerza en la sociedad china, como indica el desplazamiento hacia oriente del mercado de los coches de lujo.

Desconfianza hacia sus métodos

En España no faltan las voces que alertan del peligro de que se produzcan retrocesos sociales por imitar el modelo chino, un temor que Yang considera fundado, pero sobre el que arroja un nuevo punto de vista: “No se pueden perder derechos que se han conquistado con mucho sufrimiento, pero se puede aprovechar la mentalidad china sin retroceder socialmente ni alterar las reglas del mercado”, opina. “No se trata de que trabajemos doce horas, sino que de trabajemos ocho que sean realmente productivas”. 

Durante sus muchos años colaborando con empresarios chinos radicados en España, Yang también admite haber visto malas prácticas en cuanto a “criterios de calidad, de sanidad o de respeto a la normas de convivencia”, pero puntualiza que suele ser debido al desconocimiento de los hábitos occidentales y no a la mala intención. “Son casos de personas que se lanzan a iniciar un negocio con los estándares chinos, que son menos rigurosos que los europeos”.

Otro aspecto que suele generar desconfianza es la financiación, dado que los chinos no suelen pedir préstamos a los bancos, un extremo que Yang puede confirmar: “Tenemos un concepto muy amplio de familia, y resulta mucho más fácil pedirnos préstamos entre nosotros (firmando o sin firmar, con intereses o sin ellos) que hacerlo en una institución financiera”. Estosenvidiados y exitosos canales propios de financiación están detrás del alto número de empresarios chinos que se afilian al RETA (Régimen especial de trabajadores autónomos), si bien ellos tampoco están siendo inmunes a los efectos de la crisis.

Con la mirada puesta en el futuro, Yang considera inevitable que el perfil de los empresarios chinos en España cambie a medio plazo: “Yo soy de segunda generación y ya no estoy trabajando en sectores donde trabaja la mayoría de la comunidad china. Creo que en una o dos generaciones los negocios básicos serán atendidos por otro colectivo y empezaremos a ver chinos con perfiles más cualificados, como ya ocurre en París o Londres”.

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