En las fábricas de peluche chinas se trabaja a destajo. Cientos de miles de piezas de la mascota de Londres 2012 tienen que estar en el mercado antes de los Juegos Olímpicos, que empiezan el 27 de julio. :: ZIGOR ALDAMA
Un edificio de ladrllo rojo en medio de la nada. Tres pisos completamente desubicados en el centro de un descampado situado a casi 30 kilómetros de la ciudad más cercana, la china Yiwu. Nadie diría que en su interior se fabrican los juegos, las risas, y los sueños de miles de niños de todo el mundo. Pero es así. El repiqueteo de la maquinaria avisa desde lejos de que en el interior de lo que podría ser una construcción abandonada se lleva a cabo una actividad fabril. La inconfundible forma de los trozos de tela de colores esparcidos a la entrada evidencia que en su interior cobran forma divertidos seres de renombre internacional. Sí, es una de las miles de fábricas de juguetes del principal productor del planeta.
En el interior hace frío. No hay calefacción, y los 80 trabajadores van forrados como cebollas. En verano, a 35 grados y sin calefacción, la situación es inversa. Solo se atreven a levantar la mirada unos segundos antes de volver a fijarla en la máquina de coser, la cortadora, o el montón de material de relleno. Este periodista tiene que hacerse pasar por un importador para conseguir acceder a estas fábricas semi-legales sin levantar sospechas, y las entrevistas con los pocos trabajadores que se atreven a hablar se llevan a cabo lejos de las instalaciones en su único día de asueto semanal.
Xu Weixiong es una de las que quieren contar su historia. Esta joven de 22 años, originaria de la provincia de Henan, llegó a Yiwu, uno de los principales centros manufactureros del país, hace cuatro años. «Desde los 14 había trabajado en la pequeña parcela de tierra que tienen mis padres, y cuando cumplí 18 decidí viajar para ganar más dinero. Una tía mía conocía a uno de los supervisores de la primera fábrica en la que trabajé, y me colocó». Allí estuvo cosiendo guantes de trabajo por menos del salario mínimo.
En dos meses Xu consiguió que una fábrica juguetera le ofreciese 800 yuanes (100 euros), y desde entonces no ha abandonado el sector. Lo que sí hace, como la mayoría, es saltar de empresa en empresa cada seis meses, más o menos. Es la forma que tienen de conseguir un aumento salarial y hacer valer su experiencia. Así, Xu gana ahora en torno a 1.500 yuanes (180 euros) al mes, tres veces más que sus padres. Eso sí, se expone a sufrir enfermedades respiratorias crónicas, ya que el relleno que utilizan para los peluches es, en demasiadas ocasiones, tóxico. «Pero eso no importa en África o Asia», dos mercados emergentes que compensan en parte el batacazo de los destinos tradicionales de la exportación china.
«El yuan nos mata»
No obstante, la crisis de los países desarrollados, sumada al aumento de los costos laborales -en torno al 10-15% anual- y a la apreciación de la divisa china -el yuan, que ha ganado casi un 30% frente al euro desde su máximo de hace cuatro años-, ha llevado gran inestabilidad a la industria del juguete. «Por la crisis, se nos pide que mantengamos los precios bajos, pero la inflación china tira de los salarios, la materia prima también es más cara, y el yuan nos está matando», reconoce una empresaria que produce osos de peluche y que vende, sobre todo, a países de Oriente Medio y Latinoamérica. «Muchas empresas están cerrando, y los compradores buscan alternativas en países más baratos». Las exportaciones se resienten, y China necesita desesperadamente dar un salto cualitativo en el valor añadido de sus bienes de consumo.
Para trabajadores como Xu, esta nueva situación implica dificultades económicas. Sobre todo porque la reducción en la producción supone menos horas extras. «Cada vez tardan más en pagarnos, cuentan de menos las horas extra, y están introduciendo multas por cualquier razón, desde ir demasiado al baño hasta hablar entre nosotros», comenta una compañera de Xu.
A nadie sorprende que estas duras condiciones laborales se den en fábricas chinas. Pero los consumidores occidentales sí que exigen que los productos que comercializan sus empresas se desmarquen de la explotación laboral. Más todavía si quien está involucrado es el Comité Olímpico Internacional (COI). Por eso, un reportaje publicado a mediados de enero en el diario británico The Sun ha provocado un escándalo que tiene en su diana las mascotas de peluche que se venderán como recuerdo de los Juegos Olímpicos de Londres. Porque una cosa es que sean 'Made in China', algo que ya a nadie llama la atención, y otra que cualquier establecimiento autorizado que las venda se lleve el 50% de las 20 libras (24 euros) que cuestan las de tamaño mediano, mientras que los trabajadores ingresan solo 18 peniques (21 céntimos de euro).
Según el rotativo, en total, la fábrica china Yancheng Rainbow Arts & Crafts se embolsa 2 libras (2,4) por unidad, un precio que incluye también el embalaje y el transporte. Es el mismo importe que se lleva el COI por no hacer nada. La empresa británica Golden Bear Limited, que solo recibe el material y lo distribuye, ingresa seis libras (7,1 euros) por pieza. Así se entiende que los organizadores de Londres 2012 prevean obtener unos beneficios de 95 millones de euros gracias a los 1.190 millones de euros en ventas de 'merchandising'.
Pero quienes más se beneficiarán de la explotación de los trabajadores chinos son las tiendas británicas que venden los Wenlock y Mandeville. Las empresas importadoras y los establecimientos que los comercializan exigen los precios más baratos y, por regla general, los venden entre 50 y 500 veces más caros. V ha comprobado que en fábricas textiles de China y Vietnam, importantes marcas españolas y europeas multiplican hasta por 20 el costo del producto -transporte incluido- en su precio. Y en productos tecnológicos el margen es también importante. Apple, por ejemplo, se embolsa 150 dólares por cada Ipad que vende, mientras que los trabajadores chinos se quedan con 8 dólares.
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