Crecer menos aunque mejor es el lema que se impone en el gigante asiático para que la industria dé un nuevo salto
Imagen de una de las fábricas de la empresa textil Antex, una de las más importantes de China. :: Z. A.
Imagen de una de las fábricas de la empresa textil Antex, una de las más importantes de China. :: Z. A.
'Made in China'. Son sólo tres palabras, pero conjuran multitud de ideas e imágenes negativas: piratería, deslocalización, explotación laboral, falta de calidad, competencia desleal, y un largo etcétera que lastra a la industria china. No obstante, ahora el gigante asiático necesita darle la vuelta a la tortilla. El Partido Comunista así lo confirmó durante la Asamblea Popular Nacional, celebrada en marzo, pasado, en la que delineó del rumbo que seguirá el gigante asiático en los próximos cinco años, y que resumió bien un editorial del diario oficial China Daily: «crecer menos, pero crecer mejor».
Porque el modelo actual no resulta ya sostenible. La presión de unos salarios que crecen por encima del conjunto de la economía, sumada a una divisa cada vez más fuerte y unas leyes medioambientales mucho más estrictas, hacen que el camino recorrido por la fábrica del 'todo a cien' en las tres décadas posteriores a la apertura económica dictada por Deng Xiaoping no sea viable mucho más tiempo. No obstante, China cuenta con los recursos necesarios para reinventarse y dar un nuevo salto adelante.
Antex es una de las empresas que ya se ha puesto manos a la obra. A primera vista, podría ser una fábrica textil cualquiera. Más de 2.500 trabajadores, en su mayoría mujeres, sentados frente a máquinas de coser y con la mirada puesta en las prendas de lencería que luego lucirán otras de busto mucho más generoso a miles de kilómetros de distancia. Las etiquetas en diferentes lenguas delatan el destino y el precio, pero el 'Made in China' de las prendas no hace justicia al imaginario colectivo que acompaña a estas palabras.
Porque Qian An Hua, su presidente, está convencido de que para que China tenga éxito la población tiene que estar satisfecha. «Quizá antes nos conformábamos con un bol de arroz, pero ya no. Afortunadamente, ahora el mundo necesita a China porque, aunque quisieran, los países desarrollados no serían capaces de volver a implantar fuera de nuestro país toda la industria que se ha deslocalizado. Por eso, tenemos que aprovechar para tratar a nuestra gente como seres humanos, y que disfruten del desarrollo económico que hemos hecho posible todos juntos».
Por eso, a partir de las seis de la tarde, el inmenso gimnasio de la fábrica que Antex tiene en las afueras de Hangzhou, al este de China, se llena de grupos que aprenden a rapear, hacen tai-chi, practican baloncesto, o incluso se preparan para competir en Cataluña construyendo los famosos 'castells' humanos, unas habilidades que demostraron durante la pasada Exposición Universal de Shanghai. «La satisfacción de los trabajadores con su vida redunda en su rendimiento y previene los elevados índices de rotación que se viven en este sector», explica Qian.
Una jugada redonda
Sin duda, el de China es el proceso perfecto: atraer a las multinacionales con bajo costo, estabilidad política y social, e infraestructuras en continua mejora, aprender copiando, mejorar el nivel de vida de la población más numerosa del planeta, y pasar al ataque con ingentes inversiones en I+D. «Los trabajadores jóvenes están cada vez mejor formados y exigen salarios más altos, así que tenemos que invertir en tecnología para no perder competitividad y, a largo plazo, eso redundará en nuestro beneficio», sostiene Qian.
Sus palabras se reflejan en el departamento de diseño, que cuenta con una veintena de jóvenes comandados por un italiano, y en cada una de las mesas sobre las que trabajan sus empleados. El 90% de las máquinas están controladas por ordenador, «de forma que la calidad es superior y el trabajador puede concentrarse mejor en lo que hace». No obstante, el problema que se deriva de este nuevo modelo empresarial está en los costes. «Ya no es tan barato producir en este país», concede Qian.
Por eso, la batalla más dura se libra con los clientes. «Hay importantes empresas multinacionales que, por mucho que digan en sus países, incluido España, sólo piensan en el precio», se lamenta Qian. «Y nosotros hemos decidido no competir así». Quizá por esta razón, y porque la crisis económica de Occidente aprieta, Antex ha resuelto ver la posibilidad de lanzar su propia marca en el mercado local, el caramelo que todos quieren saborear. «La exportación seguirá siendo clave tanto para nosotros como para el país, pero el modelo tiene que cambiar. Los precios aumentarán y eso quizá cree tensiones inflacionistas en Occidente, pero es la única forma de construir un mundo más justo».
Aunque Qian es consciente de que los cambios que se avecinan en la industria china son profundos. No se pueden invertir ingentes sumas de dinero en tecnología y diseño si, por ejemplo, no se respeta la propiedad intelectual. «Claro que nos ha pasado que algunos subcontratistas copian nuestros productos. La legalidad china es demasiado difusa aquí, y por eso estamos firmando cláusulas de privacidad en todos los contratos. No sólo tenemos que proteger nuestros diseños, que es donde está el valor añadido, sino los de nuestros clientes». Quién diría hace no mucho que estas palabras las pronunciaría un empresario chino.
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