Eusebio Rodríguez, jubilado y estudiante fue conserje
Estudia un posgrado en la Universidad de Mayores. Infancia de hospicio. Su vida, una historia de superación
Entre libros. Eusebio en la biblioteca doméstica, su paraíso particular. :: LORENZO CORDERO
Entre libros. Eusebio en la biblioteca doméstica, su paraíso particular. :: LORENZO CORDERO
El 27 de enero de 1944, Eusebio Rodríguez Rodríguez llegaba al colegio de huérfanos de San Francisco acompañado por su hermano. En la puerta los estaban esperando sor Marcelina y sor Juana, dos hermanas de la orden de la Caridad. El convento de San Francisco de Cáceres había sido cuartel de caballería tras la desamortización de Mendizábal. Al acabar la Guerra Carlista en 1841, en la primera planta se instala un hospital, en la planta baja, un albergue de transeúntes pobres y en los huecos libres se instalarán los niños huérfanos. En 1890, la proximidad de la insalubre Ribera del Marco, obliga a trasladar el hospital al nuevo edificio que se había levantado sobre lo que hoy es el paseo de Calvo Sotelo, pero los niños se quedan en San Francisco.
Eusebio había nacido en la calle Margallo de Cáceres, en la casa donde luego vivió Polito, el popular locutor de La Voz de Extremadura. A los tres años murió su padre y a los seis, su madre. Eusebio, su hermano y su hermana se quedaban huérfanos. La familia de su madre, en Ceclavín, quería llevárselos, pero la madre, sintiéndose morir, había arreglado los papeles para que ingresaran en los colegios de huérfanos de la Diputación pues no quería dejarle una carga a la familia.
-¿Cuánto tiempo estuvo en colegio de huérfanos?
-En el colegio estuve 11 años. Teníamos muchas carencias, eran años muy malos. Pasábamos hambre, pero es que en esos años en Cáceres pasaba hambre todo el mundo. Al menos nosotros teníamos camas con sábanas, teníamos duchas, teníamos bañeras para los pequeños y eso era algo que muy poca gente tenía en Cáceres.
-Cuando se adoptaba un niño, te entregaban una cantidad de dinero y esto provocará un aluvión de adopciones en régimen de semiesclavismo. En el libro 'Yo, expósito en Las Hurdes', Anselmo Iglesias, exalumno de San Francisco, cuenta que a los siete años lo adoptaron y nada más llegar al pueblo, lo dejaron en el campo cuidando cabras. Dormía en un pajar y nunca se sentaba a la mesa a comer con sus padres adoptivos. El rey Alfonso XIII conoció estas prácticas en su visita a Las Hurdes y prohibió que se enviaran niños adoptados a esta comarca. Pero la práctica continuó en otros pueblos de la provincia hasta bastante después de la Guerra Civil. Muchos de estos niños esclavos eran devueltos al colegio cuando se acercaba su mayoría de edad. ¿Usted conoció casos así?
-Recuerdo a un niño al que iban a dar en adopción y no hubo forma, se agarró a mi cuello, que no quería, que no quería y no se lo llevaron. Sí he conocido casos de adopción, que se los han llevado al campo a trabajar y ellos han vuelto posteriormente y nos contaban que lo habían pasado muy mal y que los tenían solo como criados para trabajar en el campo. Pero otros se fueron con familias y los trataron como a verdaderos hijos.
-A los niños que cometían travesuras les pegaban con una vara de olivo y los confinaban tres días en una especie de calabozo.
-Parece ser que hubo una época al final de los salesianos en la que sí se pudieron dar estos casos. Yo estuve con las monjas de la Caridad hasta los 16 años y a esa edad llegaron los salesianos. Esos dos años, de los 16 a los 18, fueron los mejores del colegio. Los salesianos me hicieron aprender los primeros brotes de democracia. Tenían un sistema de premios que se basaba en una votación democrática. Eso era algo que nunca habíamos conocido. Después, esos años de rigidez y castigos personales muy fuertes me cuentan que sí existieron, pero yo no los viví. Los primeros salesianos dan la merienda por la tarde, algo que no conocíamos. La enseñanza varió.
-En el colegio aprendían sastrería, imprenta, carpintería, zapatería y mecánica. Las niñas aprendían a limpiar, coser y planchar. En 1981, el colegio cerró y se convirtió en el Centro Cultural San Francisco.
-Yo escogí sastrería un poco obligado. En realidad quería ser maestro, pero no pudo ser por una serie de circunstancias, algunas un poco raras. No me gustaba ninguno de aquellos oficios, pero era lo que aprendía mi hermano. En cuanto a las niñas, además de aprender a ser amas de casa también estudiaban. Mi hermana hizo Magisterio. Del colegio de la Inmaculada salieron muchas enfermeras y maestras. Ellas estudiaban más que nosotros. Era un privilegio entrar en el colegio. Al ser mujeres las atendían de otra manera. A nosotros, al tener los talleres, pensaban que con que aprendiéramos un oficio ya bastaba.
- Al cumplir los 18, les daban una maleta elaborada por los niños carpinteros, unos zapatos hechos por los niños zapateros, un traje confeccionado por los sastrecillos, 700 pesetas y a buscarse la vida. Esta escena se repetía a las puertas del colegio desde el siglo XIX.
-A mí me dieron 500 pesetas. Era 1955. Se trataba de un momento muy triste y doloroso porque no sabías dónde ibas. Para mí fue menos doloroso porque mi hermano ya me había buscado trabajo en Ripoll. Te ibas sin conocimientos de la vida. Muchos marchaban a Madrid a buscar trabajo. Es que con 500 pesetas podías vivir 15 días.
-Llega a Ripoll (Gerona).
-Empecé a trabajar en una sastrería, donde vivía. Me daban 50 pesetas a la semana. Ya teníamos nuestras tertulias políticas. Sobre todo en lo relacionado con España y Cataluña. Mi jefe era un ultranacionalista, lo llevaba en la sangre.
-¿Qué visión tiene usted del nacionalismo catalán tras haberlo conocido de cerca hace más de medio siglo?
-Le sigo teniendo gran cariño a Cataluña, pero se lo estoy perdiendo porque la cuestión política ha cambiado mucho. Antes había un nacionalismo muy puro, pero ese nacionalismo no era contra España, era hacia sí mismo. Ahora ha cambiado mucho. La verdad es que cuando volví a Cáceres, estuve a punto de regresar a Cataluña a los 15 días. Esto se me hacía muy extraño, el nivel de vida y las costumbres eran muy diferentes. A los 15 días conocí a la que hoy es mi mujer y gracias a eso me quedé. Era el año 1965 y aquí todavía existía el paseo de las muchachas por un lado y los hombres por otro. La cultura era diferente: allí se hacían actividades culturales que aquí no se hacían.
-¿Por qué se viene de Cataluña?
-Porque mi hermano ya se había venido y porque había cogido la mala costumbre de jugar a las cartas apostando hasta el dinero que tenía que pagar en la pensión y perdiendo lo que había ganado en el trabajo en una semana. Eso me obligó a venirme y ya no he vuelto a jugar con dinero.
-¿Cómo conoce a Pepi, su mujer?
-Habíamos quedado en Lux para ir al baile de una boda con unas amigas y apareció ella. Un 14 de febrero formalizamos las relaciones y me quedé aquí. Empecé a trabajar con Rafael, el Velázquez de la sastrería, era un artista. Entonces tenía el taller en la Concepción. De allí pasó a la Avenida de España y luego su sobrino y su cuñado montaron la tienda de San Pedro de Alcántara. Me contrata luego Alejandro el sastre, de la calle Pintores, que era de Ceclavín. Pero montó una tienda de confección en el peor sitio y en el peor momento, en la Plaza, justo al lado del mercado de abastos y justo cuando se quitó ese mercado. Entonces me vi obligado a opositar y aprobé una plaza en la Diputación.
-¿De qué trabajaba?
-De ordenanza. Luego acabé de conserje. Mi primer trabajo fue de portero en el Hospital Provincial. Lo recuerdo como los cuentos de Dickens. Era muy triste, sobre todo la casa cuna, siempre en la oscuridad, sin encender las luces. No sacaban a los niños, solo los llevaban a pasear un rato por las traseras del hospital. Muchos niños acababan con problemas de vista por estar en esa oscuridad. Así hasta que entró Jaime Velázquez, que se contrató a Isabel, la primera asistenta social, que le pegó un cambio total al hospital y a los niños. Empezaron a vestirlos de otra manera, los sacaban a Cánovas a pasear, la alimentación cambió. Pero aquel hospital era triste con los enfermos metidos en salas con grandes camas de hierro.
-¿Cómo se apunta a la Universidad de Mayores?
-No me matriculé hasta que no me jubilé. Cuando llegué a clase había veterinarios, maestros y estábamos cinco que no teníamos más que el graduado escolar. Pero la enseñanza es muy amena, muy comprensible, mucha historia, mucha literatura, muchas humanidades. También química, periodismo. Nos dan clase catedráticos de universidad y los profesores tienen una gran entrega.
-¿Cuántos cursos son, tienen exámenes?
-Son cinco cursos. Ahora se ha ampliado a posgrado porque los alumnos insistíamos en que no se acabara la enseñanza. No nos hacen exámenes ni nos preguntan. Dejan que nosotros preguntemos.
-¿Pero para qué sirve estudiar ya mayor?
-Si le vas buscando algo práctico, pues no. Ni vas a hacer oposiciones, ni vas a engordar un currículo. Simplemente sirve para aprender cosas. Vas a clase, te explican los temas, llegas a casa, buscas libros, buscas en Internet y la prehistoria, que nunca te había interesado, acaba gustándote.
-¿Nota que quienes acuden a estas clases cambian, se les ve mejor?
-Sí por la atención al profesor, las tertulias que nosotros montamos, el compañerismo, tomar café juntos, algunas comidas, nos llamamos por teléfono. Te da relación. Hacemos excursiones.
-¿Se vive más años con la cultura o solo se vive mejor?
-Yo creo que con la cultura se vive más años porque se está interesado en más cosas. Cuando me jubilé, se me cayeron los palos del sombrajo. Estaba acostumbrado a muchísima actividad y no sabía qué hacer. Sin embargo, la Universidad de Mayores me vino muy bien. Ahora voy a la biblioteca pública y a museos, algo que antes no hacía, he aprendido a entender un poco la pintura y a saber leer, a sacarles a las novelas el quid. Los profesores nos desmenuzan los libros, nos enseñan a entender el teatro, las películas. Hemos tenido cursos de filosofía en la edad adulta y eso te lleva a entenderte a ti mismo y a entender a los que están a tu alrededor.
-¿Cuándo es la matrícula?
-En septiembre y el curso empieza en octubre. La matrícula debe de estar en unos 45 euros. La gente es reacia porque cree que la universidad está muy lejos. Pero yo les digo que el campus universitario es el sitio mejor comunicado de todo Cáceres porque hay autobuses cada tres minutos. Las clases suelen ser tres horas en total a partir de las cinco de la tarde, con hora y cuarto de clase y media hora de descanso entre las dos clases.
-¿Se liga?
-He conocido un caso de una pareja, que yo no sé si se han casado, pero al menos viven juntos, que él era viudo y llevaba muchos años solo y ahora vive con esta muchacha y asisten juntos a la universidad.
Fuente: http://www.hoy.es/v/20100912/regional/cultura-viven-anos-20100912.html
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