Aquí estoy de nuevo, en China, ultimando los trámites de una segunda adopción. Tengo ya en mis brazos, y para siempre sobre mi pensamiento, mi conciencia y mi corazón, a una niña de quince meses a la que hemos llamado Gabriela por el Arcángel que anunció a María su inesperada y casi imposible maternidad.
El nombre «Gabriel», en hebreo, significa «hombre (o fuerza) de Dios» y nuestra pequeña, todavía en ciernes, con su sonrisa pícara y guerrera, es ya todo un ser humano tan completo, tan poblado de entregas y deseos, como el primer Adán que humanizó la Tierra. Como usted, y como yo.
El viaje ha sido extenuante, monzónico, divertido, lírico, prosaico, milagroso, sedante, olímpico y tropical como un libro de la selva, con sus lobos, sus osos, sus tigres y sus panteras, y a estas alturas no sé ni en qué día vivo, ni en qué consisto, ni cuándo podré ordenar tanta vida como me ha caído encima, después de tanta muerte.
Me he sentado a esta mesa para saber qué pasa cuando un vino se escancia ante tus ojos. Me faltan, en la cena, algunos invitados. Mi abuela, que soñaba con bautizar a un chino. Mi padre, que entendía la infancia y sus antojos. Sé que andan por aquí, como dragones, allanándome el tiempo y el camino.
Cuando adopté a mi primera hija, yo la necesitaba más que ella a mí, si cabe. Esta vez vuelvo a China en otras circunstancias. Ahora mi alma está llena, y otra niña me espera. Esta vez sí estoy dando hasta el último aliento.
Yo seré el árbol de esa enredadera. Le pondré una cunita que turbará mi sueño. Me pasaré las noches mirándola y en vela, y llegaré al final de lo que he sido. Dios Santo, qué locura, qué jaleo. Qué extraña y turbulenta lotería. Al mundo que mañana será tuyo, a todo tu futuro, que ya es nuestro, bienvenida, mi amor, mi valor, mi Gabriela.
fUENTE: http://www.abc.es/20100922/opinion-colaboraciones/volver-china-20100922.html
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