En 1992 al grupo barcelonés de flamenco Scola Carrusel del Prado se le prohibió actuar en China: sus trajes y canciones demasiado subidas de tono para los estándares del Partido Comunista. Dieciocho años más tarde, el cante jondo y el baile flamenco apasionan en el país asiático. Casi ningún aficionado ha podido ir a España, pero algunos están abriendo espacios para promover la cultura flamenca en China.
Sábado por la tarde en el centro de Pekín. Sobre el parqué taconean seis alumnas -todas chinas- y una bailaora, la Perlita de Hunan. El nombre se lo puso un amigo sevillano porque su nombre chino es Zhen (perla). Hace 4 años tenía 27 y trabajaba en una oficina en Francia cuando un viaje a Andalucía le cambió la vida. "Llamé a mi padre y le dije que quería cambiar de profesión. Desde entonces me he dedicado al baile", explica Perlita con un marcado acento andaluz.
La primera 'cantaora' china, como se la conoce en Pekín, se ha formado en Cádiz, Málaga, Granada, Sevilla y Jerez con maestros como Matilde Corral, Merche Esmeralda, Andrés Marín o la Farruca. "Para mí cuando baila la Farruca parece que está haciendo taichi", asegura Perlita. "Para un chino es fácil disfrutar del flamenco porque son movimientos que te conectan con la tierra, como un arte marcial. Y de eso los chinos sabemos bastante", dice riéndose.
Liu Qiao, Moraíto de Pekín
Zhen no quiere limitarse a enseñar coreografía: para ella el flamenco es una cultura que abarca mucho más que compás, baile o castañuelas. Desde hace dos meses imparte clases en la escuela de su amigo Liu Qiao, otro apasionado de la cultura gitana y los distintos palos del flamenco. Por las mañanas trabaja en una empresa de logística y por su cuenta ha montado esta escuela. "Quiero traer a profesores y artistas y convertirlo en un espacio de aprendizaje", explica.
Su sueño es ir a un tablao en Andalucía y tocar allí la guitarra bajo su nombre artístico, Moraíto de Pekín. Al estudio acuden aficionados de distintos niveles. "Es un baile muy cálido", dice Zhang Xue Xin, que lleva un mes de clase. Yo creo que no tiene nada que ver la distancia entre China y España, cualquiera con sensibilidad aprecia el arte". "Tiene mucha fuerza. Cada uno de los movimientos de un bailaor está lleno de pasión", señala Marina, que quiere que la llamemos por su nombre español. Ella se apuntó a clases el año pasado después de ver bailar a María Pagés. Juana, que ya ha cumplido los 50 y está deseando que se le fortalezcan los brazos para empezar con las castañuelas, quiere ver actuar a los grandes. "Por desgracia vienen pocos artistas españoles a China", se lamenta.
Junto a sus compañeras, espera que en China el flamenco llegue a tener tanto éxito como en Tokio, donde se dice que hay más escuelas que en toda Andalucía.
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