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Adopciones: Desde Rusia con amor

En Rusia, según cifras oficiales, más de 800.000 niños son abandonados. De ellos, 1.600 fueron adoptados por familias españolas el año pasado. Un matrimonio aragonés adoptante nos relata su historia.


Tiene cinco años, la mirada alegre y muy viva y una gran vitalidad que le impide permanecer parado más de dos minutos seguidos. Es David, un niño ruso que fue adoptado hace ahora tres años por una familia zaragozana.

Como él, muchos niños quedan desamparados en Rusia. Algunos, como David, tienen la suerte de poder abandonar su país con una nueva familia, que les proporcionará cariño, amor y gran bienestar, algo, en muchos casos inimaginable en su país de origen. Sin embargo, otros deberán permanecer en los orfanatos, más conocidos como «casas cuna», hasta que puedan valerse por sí mismos y comenzar así una larga vida en solitario.

De aquel niño ruso, huérfano llamado Sergei, tan sólo queda un pequeño problemilla en uno de sus ojos, que debe de llevar tapado con un parche y que todavía le imprime un aire más inquieto y travieso. Su madre, Aurora, nos cuenta que David «no recuerda absolutamente nada de su pasado en Rusia, es como si su mente hubiera borrado todos los recuerdos de sus primeros años de vida. Ahora cuando le ponemos algún vídeo de su orfanato, palabras en ruso o fotos de las que fueron sus cuidadoras, no lo reconoce».

Fue en el año 2006 cuando sus padres, un matrimonio joven, se propusieron adoptar a un bebé. Daba igual el sexo y la edad, lo único que importaba es que todo saliera bien, y por fin poder experimentar las sensaciones de unos padres primerizos, los nervios cuando el niño llora o coge un resfriado y la emoción de sus primeras palabras y sus travesuras.

Aurora recuerda ahora emocionada que el proceso adoptivo es «como un embarazo, da igual si es niño o niña, lo que importa es que esté bien, y en estos casos la incertidumbre todavía es mayor, porque no sabes lo que te vas a encontrar allí, como lo habrán tratado y como estará de salud. Son muchas preguntas y muchos miedos».

Proceso de adopción

Hasta que unos padres que desean adoptar tienen a su hijo en brazos transcurre un periodo comprendido normalmente entre ocho meses y dos años. En ese tiempo el papeleo y las entrevistas con diferentes psicólogos se convierten en algo de lo más cotidiano. Hasta recibir el certificado de idoneidad, un papel indispensable para poder iniciar todo el proceso, hay que asistir a unos cursillos cuatro veces al mes. Aurora lo explica así: «en estas clases charlábamos con otros padres que estaban en nuestra misma situación, mientras los trabajadores sociales y los psicólogos analizan cada uno de tus gestos».

Pero como en el proceso adoptivo todo son requisitos, hasta para asistir a estos cursos hay que cumplir una serie de características, que en este caso marca la Federación rusa. Sólo pueden adoptar matrimonios, solteros o divorciados mayores de 25 años y no por encima de los 45. Además hay que superar el umbral de la renta mínima y no tener ninguna enfermedad crónica.
En el momento en el que unos padres recogen el ansiado certificado de idoneidad, comienza un duro proceso de papeles y más papeles. Muchas familias que se decantan por adoptar en Rusia optan por encargar el papeleo a un «Ecai». Una persona que les acompaña durante todo el proceso de adopción y que se encarga de que todos los papeles estén en regla y perfectamente traducidos al ruso.

Como contaba Álvaro, padre de David, «éste es uno de los momentos más duros. Cabe la posibilidad de que entre tanto papel que hay que rellenar te equivoques en un dato y al no coincidir piensen que estas mintiendo». «No recuerdo las veces que leímos los papeles para comprobar que todo coincidía y nuestros datos eran correctos», añade Aurora.

El tiempo jugó favor de esta familia zaragozana. Tan sólo un mes después de realizar todos los trámites recibieron una carta en la que se les comunicaba la asignación de un bebé. Esa carta, además de todo lo necesario para su viaje a Rusia, incluía una foto del pequeño Sergei. Por primera vez después de muchos meses conocían la cara del que sería su futuro hijo. Un niño rubio, de ojos claros, muy delgado y con la mirada perdida. Las sensaciones «indescriptibles», nos pareció el niño más maravilloso del mundo», recuerda emocionado su padre.

Con las maletas a Rusia

Comenzaba aquí la recta final de la adopción, la más emocionante, en la que por primera vez pueden coger en brazos al que será su bebé y pasar sus primeras horas juntos como una verdadera familia.

Una vez que el bebé ha sido asignado a una familia, ésta debe viajar a su lugar de origen para dar el visto bueno y firmar la adopción. Es un trámite tan necesario como duro, ya que muchos padres, después de ver al niño no lo pueden traer de vuelta a la que será su casa. Muchos padecen enfermedades graves y otros nunca llegan a adaptarse, sobre todo, los que son más mayores.

Álvaro y Aurora se trasladaron en pleno mes de Julio a Krasnoyarsk, situado en Siberia Central y a más de cuatro horas de distancia de Moscú. El viaje «una eternidad». «Fuimos a Madrid, después cogimos el avión a Moscú y de allí más de cuatro horas hasta que llegamos a la casa cuna». «Fueron las horas más largas de nuestra vida, sólo queríamos abrazar al niño».
Tras un largo recorrido por las «tortuosas» carreteras de Siberia por fin llegaron al orfanato. Álvaro lo recuerda así: «nos llevaron a una sala enorme de juegos y allí estaba David, ordenando perfectamente todos los muñecos. Cuando nos vio se nos abrazó, parecía que nos conocía de toda la vida».«Pudimos pasar con él unas horas a solas, jugar y revisar sus informes médicos para ver que todo estaba correcto», añade Aurora. Es aquí donde comienza a fraguarse uno de los capítulos más emocionantes de su vida.


Testigo de ello son las primeras fotografías juntos y un vídeo que servirá para dar fe de lo que este matrimonio vivió en su primer viaje fugar a Rusia. Tras este breve encuentro con el bebé toca hacer las maletas y volver a hacer el mismo recorrido. Esta vez a la inversa con los recuerdos del primer beso y el primer abrazo con tu hijo y el amargo sabor de no poder traerlo todavía a España. Falta el último trámite: esperar la fecha del juicio.

En el caso de esta familia sólo transcurrió un mes, y a mediados de Agosto se encontraban de nuevo en Moscú, esta vez en un apartamento y para pasar allí alrededor de un mes. Aquí iban a convivir por primera vez con David, iban a comer y dormir con el niño que tanto habían deseado. Llegaba el esperado rencuentro. La principal recomendación que las cuidadoras les dieron es que llevarán ropa parecida a la de la primer vez que lo vieron, y sobre todo, objetos que el niño pudiera reconocer. «Lo primero que hizo cuando nos vio, cuenta entre risas Aurora, fue registrarme el bolso y coger unas galletas que tanto le habían gustado la primera vez que lo vimos».

Diez días después de su estancia en la ciudad rusa, tuvo lugar el esperado juicio. «Es el momento más duro. Te ves rodeado de jueces y psicólogos que te repiten las mismas preguntas una y otra vez, con el fin de comprobar que siempre coincidimos, te pones muy nervioso y a veces incluso llegas a dudar», afirma Álvaro.

Una vez superado este duro trago, llega lo que estaban deseando desde hace meses, David ya es legalmente su hijo. Ahora toca ir al orfanato a recogerlo y salir de allí como la familia que siempre habían deseado ser. «Cuando llegamos a Krasnoyarsk David se abrazó al cuello de su madre, como si supiera lo que estaba pasando y le pidiera que no le dejará más allí».

Una vida en común

Tras el juicio, los padres junto a su hijo se trasladan al apartamento que les han cedido en la capital rusa. Allí deberán permanecer alrededor de 15 días hasta que les den el visado de salida del niño. Es el último trámite antes de ir al registro civil para inscribir a su nuevo hijo con el nombre y los apellidos que ellos deseen.

Durante esos 15 días en Rusia, además de esperar el visado, siguen de cerca la adaptación del niño a sus nuevos padres. Una de las principales diferencias entre la «casa cuna» y la nueva familia suele ser la comida. Aurora comenta, «al sacarlo del orfanato nos aconsejaron qué alimentos debíamos darle y cuáles no. Allí comían patatas con carne y cereales con leche, pero cuando yo hacía la comida en el apartamento se tiraba a nuestros platos. Era muy gracioso, cuando me veía que iba a la cocina, venía detrás de mí, y como no sabía hablar, comenzaba a dar golpes en la mesa para decir que quería comer». «Estas en una encrucijada o le das de comer y se pone malo o casi le haces pasar hambre hasta que se costumbre a la nueva comida».

De regreso a su hogar

Pasados estos días la familia al completo regresó a España. Aquí acaba su viaje a Rusia y la aventura de la adopción. Por delante queda un largo viaje que «sin duda merece la pena» reconoce emocionado Álvaro.

Ya todos juntos en su casa, Guillermo conoció a su nueva familia, y sobre todo, a sus nuevos primos que desde aquel mismo momento se han convertido en sus principales compañeros de juegos. Ahora con cinco años su adaptación ha sido plena y como el mismo David cuenta «ya tiene numerosos amigos del colegio».
Sin embargo la adopción no acaba en el regreso a casa. Durante cuatro años la familia debe asistir a charlas con psicólogos y varios trabajadores visitan varias veces el hogar familiar para corroborar que el niño se encuentra en perfectas condiciones.
Transcurridos estos años todo se acabó y tan solo el niño,cuando tenga la edad conveniente, volverá a escuchar todas estas experiencias vividas en primera persona.

Fuente : http://www.abc.es/20091120/nacional-aragon/desde-rusia-amor-200911201637.html

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