La editorial Mondadori lanza en España su primera novela, 'Las puertas del paraíso', un relato sobre la China de 1979, que parte de un episodio real de la vida de Li: la ejecución pública de una joven considerada una contrarrevolucionaria
Yiyun Li es uno de esos casos de precocidad literaria, pero no por su actividad de escritora, que no comenzó hasta la edad adulta, sino por la acogida crítica que logró con sus primeros cuentos. Había dejado China para estudiar medicina en Estados Unidos y allí a través de un taller de narración, topó con la literatura y comenzó a escribir. En inglés. Dos de los relatos de su libro de cuentos Los buenos deseos (DeBolsillo), titulados La princesa de Nebraska y Mil años de oración fueron adaptados al cine por Wayne Wang. Ahora, Mondadori lanza en España su primera novela, Las puertas del paraíso, un relato sobre la China de 1979, que parte de un episodio real de la vida de Li: la ejecución pública de una joven considerada una contrarrevolucionaria. La primera pregunta es obligada: ¿por qué escribe en inglés?
Nunca he escrito en chino, aunque sea mi lengua, lo mismo que nunca pensé en ser escritora. Mi contacto con la literatura llegó con un curso de narrativa que hice en Estados Unidos un poco por entretenerme y que me enganchó por completo. Por eso, empecé a escribir y la forma natural de hacerlo me parecía el inglés.
¿No cree que con su propia lengua se hubiera sentido más cómoda?
Al contrario. Cuando uno crece con un idioma, la cultura y todo lo que la acompaña ejerce un peso muy fuerte y te inhibe, pero me di cuenta de que con el inglés me sentía completamente libre, no existía esa barrera de la tradición cultural, y me siento más cómoda para escribir sin esa carga.
De su estilo en inglés resalta su desnudez. Es escueto y contenido y de estructuras sintácticas muy sencillas. ¿Por qué decidió esa depuración?
Para mí, el cometido principal del estilo es comunicarse. Podría haber escrito la novela en chino, con un estilo lírico, florido, pero esos son elementos que no necesito para contar la historia. No quiero desarrollar el hábito de acudir a metáforas y adornar los textos. Prefiero un estilo limpio y eficaz.
Esa contención ejerce un fuerte contraste con la intensidad de los hechos que relata. ¿Es deliberado?
Déjeme pensar… Verá, para mí no hay otro modo de contar la historia, pero sí se me ocurre que pueda haber otros escritores que lo habrían hecho de forma completamente diferente, desde un estilo lírico o surrealista, pero yo no podía contarlo de otra manera.
A pesar de que su libro relata de forma vívida la ausencia de libertad y la crueldad de un sistema represor, de la lectura parece que se deriva una condena moral más de la sociedad que de las autoridades. ¿Es un reproche deliberado?
No, no hay un reproche. Lo que me interesa de esta historia es la gente, que ve obligada a luchar para salir adelante. El sistema, por sus propias características es inhumano, pero no me interesaba denunciarlo ni tampoco hacer un reproche al pueblo, sino contar su vida. No quería tomar postura, porque entonces éste libro sería propaganda. Quería contar de la forma más veraz cómo son las cosas y que el propio lector tome una postura si lo desea.
Pero es estremecedora la sumisión de los personajes. No tanto por no rebelarse, sino porque en la forma en que aparecen en la novela, ni siquiera parecen permitirse el pensamiento de la rebelión. ¿Es así?
En cierto sentido, esto forma parte de la cultura china. Tiene que ver con la extraordinaria duración del régimen feudal en China, que ha hecho que sea un pueblo extrañamente acostumbrado a la sumisión. El miedo tiene un papel muy importante en la estructura social del país. Quizá mucha gente sienta dentro de sí la chispa de una reacción, pero si la perciben, la apagan.
Aunque se trata de una novela coral, es significativa la relevancia de los personajes infantiles. ¿A qué obedece?
Es cierto. Creo que la infancia es una parte fundamental de la vida de la gente, y trascendente en la conformación de su identidad adulta. Hay gente más consciente de esto que otra, pero incluso los que no lo son, creo que comprenderían mejor sus acciones y decisiones si tuvieran presente su infancia. Incluso mientras escribía la novela, tenía la sensación de que lo que buscaba era explicarme a mí misma mi infancia.
¿Cree que la China de hoy sigue siendo la que retrata en su novela, la de hace treinta años?
Muchas cosas han cambiado. Sobre todo porque la información es mucho más accesible de lo que lo era entonces. Internet y la comunicación por móvil han hecho que la gente disponga de muchas más formas de informarse, la gente conoce ahora mejor el mundo y por eso mismo son más conscientes de sus derechos.
Uno de los asuntos que siguen presentes hoy es el de la emigración campo-ciudad. En su novela, muchos de los habitantes de la ciudad miran con nostalgia un mundo rural que, pese a las supersticiones religiosas, parecía más habitable. De algún modo es que como si la ciudad estuviera secularizada, pero sus habitantes siguen igual de lejos de la libertad de pensamiento y acción.
Tiene que tener en cuenta que en 1979 las ciudades chinas no eran plenamente ciudades. Incluso Pekín era una metrópoli de aldeas. La modernización real sólo llegó a partir de mediados de los años ochenta. El comunismo no modernizó China. Secularizó el país, pero no lo modernizó.
Ha dicho usted que no quiere regresar nunca.
Para mí, se trata de una decisión personal. Escribo en inglés, de modo que para mí es mejor vivir lejos de un entorno donde se hable chino. Y luego, hay otra cuestión que me parece importante: En China uno dispone de una intimidad muy limitada, y yo disfruto de mi pequeño espacio para escribir y trabajar en casa.
Tampoco se ha llevado a California a sus padres. ¿Siguen esperando que regrese?
Me visitan a menudo en Estados Unidos, pero llevan toda su vida en China, viven en Pekín y allí tienen toda su vida y sus amigos. Supongo que en el fondo les gustaría que regresara, pero todo hijo en el fondo ansía crear su vida lejos de sus padres.
¿Cree que hay algo cinematográfico en su forma de escribir para que ya haya dos películas basadas en sus textos?
Al contrario. Los dos relatos que adaptó Wayne Wang para mí no eran filmables, porque se desarrollan en la mente de los personajes. Pero de él aprendí que el silencio es muy importante en el cine, por eso el director debe dar la pauta a los actores de qué hacer con ese silencio. Pero, si le soy sincera, no soy una experta.
¿Alguien se ha interesado ya por Las puertas del cielo para hacer una película?
No. Es difícil, porque es una historia muy china y en China nunca permitirían que se rodara. La censura en el cine es mucho más intensa que en la literatura. Si uno quiere filmar, tiene que entregar el guión a las autoridades chinas antes de empezar. Algunos directores hacen dos versiones y sacan los temas más delicados de la que entregan al censor, pero en el caso de mi novela habría que quitarlo todo, porque está muy cargada políticamente.
Entre los personajes de su novela, llama precisamente la atención el viejo profesor, padre de la condenada, que, pese a su formación intelectual, es el que más ha interiorizado la sumisión. Incluso lamenta haber alfabetizado a su hija, porque cree que eso la ha llevado al cadalso. Resulta paradójico.
Este profesor encarna a la generación de antiguos intelectuales. Existe un dilema entre ilustrar a alguien y las enseñanzas comunistas, que no tienen nada que ver con el conocimiento o el aprendizaje. Él es consciente de que su formación no le permite hacer nada para salvar a su hija. Ni siquiera podría protegerse a sí mismo.
También los niños parecen tener interiorizado el temor y el sometimiento. Sobrecoge como la niña deforme, Nini, asume que es ella una maldición para su familia.
i uno nace en un mundo así y siempre te dicen que las cosas son de una determinada manera no tienes capacidad de cuestionarlo. Nini tenía dudas, pero no tenía formación para pensar que había alternativas. La cultura china no promueve el cuestionamiento de lo precedente. De esa anomalía, el personaje de Nini es como el paradigma, el ejemplo perverso.
Decía antes que al no escribir en chino, se emancipa de la cultura china. Y en el tratamiento de la infancia en su novela casi se olfatea el rastro de Dickens.
La verdad es que es un honor para mí que diga eso. Dickens es uno de mis autores favoritos. Es cierto que Dickens también escribió de la infancia de forma poco sentimental. Posteriormente se desarrollaron dos formas de tratar a la infancia en la literatura. En un caso, se representa a los niños como angelitos, y en el otro, se retrata a los niños como adultos precoces que hacen juicios sobre las cosas y se lo saben todo. Creo que ninguna de las dos representa a la infancia. El pasado verano estaba releyendo a Dickens y pensaba precisamente en eso, en que, al margen de la dureza de las condiciones en las que se ven esos personajes, eran niños y sus observaciones eran las propias de un niño.
En ese sentido, su novela parece el remedo de un cuento infantil, no en cuanto al argumento, sino en lo que tenían de extrañamente crueles con la infancia. Sea Caperucita o Hansel y Gretel.
Que diga eso me resulta halagador, muchas gracias. Cuando le mostré el borrador a mi editor británico, me llamó para decirme: "Tu novela es como un cuento de hadas alemán, donde todo es un bosque oscuro". Me gustó, porque los cuentos en realidad representan un modo de aproximarse desde la inocencia al mundo, que es un lugar peligroso. Bueno, hay quien dice que siempre estamos reescribiendo cuentos, y me gusta esa idea.
Ahora que su editor español no nos oye, ¿qué le parece el título castellano de su novela, que en inglés se titulaba Los vagabundos?
Es una cosa curiosa. Muchas veces el título del libro debe cambiar, porque eso está relacionado con la cultura de quien lo lee. El editor alemán dijo que no podía publicar una novela titulada Los vagabundos porque el público creería que trata de mendigos sin hogar y eso causaría un equívoco. El caso es que en cada país de Europa se titula de forma distinta.
¿Con el título original buscaba alguna resonancia con Victor Hugo?
Mire, se me ocurrió leyendo un verso de Rabindranath Tagore que dice "Pequeños vagabundos del mundo / dejad vuestra huella en mis palabras". Es un sentimiento muy parecido al que uno tiene con los personajes, que quieres que dejen su huella en la novela.
¿El éxito tan temprano la ha turbado en alguna medida?
No me ha afectado mucho porque llevo una vida bastante recluida, en mi casa. No es una carga el éxito, pero tampoco me ayuda a ser mejor madre para mis hijos o mejor cocinera, que es a lo que dedico el tiempo cuando no escribo, así que no puede decirse que me haya afectado.
¿No le preocupa la responsabilidad que supone el aplauso de la crítica a la hora de sentarse a escribir?
Supongo que las expectativas que no puedes defraudar y a las que te enfrentas son las tuyas propias. Sé que no voy a escribir una obra maestra, que por más que lo intente nunca voy a ser Tolstoi, pero ese es el objetivo y lo que te mueve.
fuente: http://www.lavanguardia.es/cultura/noticias/20100329/53898125919/la-sumision-es-parte-de-la-cultura-china-estados-unidos-dickens-pekin-victor-hugo-california-caperuc.html
- La escritora Yiyun Li
Yiyun Li es uno de esos casos de precocidad literaria, pero no por su actividad de escritora, que no comenzó hasta la edad adulta, sino por la acogida crítica que logró con sus primeros cuentos. Había dejado China para estudiar medicina en Estados Unidos y allí a través de un taller de narración, topó con la literatura y comenzó a escribir. En inglés. Dos de los relatos de su libro de cuentos Los buenos deseos (DeBolsillo), titulados La princesa de Nebraska y Mil años de oración fueron adaptados al cine por Wayne Wang. Ahora, Mondadori lanza en España su primera novela, Las puertas del paraíso, un relato sobre la China de 1979, que parte de un episodio real de la vida de Li: la ejecución pública de una joven considerada una contrarrevolucionaria. La primera pregunta es obligada: ¿por qué escribe en inglés?
Nunca he escrito en chino, aunque sea mi lengua, lo mismo que nunca pensé en ser escritora. Mi contacto con la literatura llegó con un curso de narrativa que hice en Estados Unidos un poco por entretenerme y que me enganchó por completo. Por eso, empecé a escribir y la forma natural de hacerlo me parecía el inglés.
¿No cree que con su propia lengua se hubiera sentido más cómoda?
Al contrario. Cuando uno crece con un idioma, la cultura y todo lo que la acompaña ejerce un peso muy fuerte y te inhibe, pero me di cuenta de que con el inglés me sentía completamente libre, no existía esa barrera de la tradición cultural, y me siento más cómoda para escribir sin esa carga.
De su estilo en inglés resalta su desnudez. Es escueto y contenido y de estructuras sintácticas muy sencillas. ¿Por qué decidió esa depuración?
Para mí, el cometido principal del estilo es comunicarse. Podría haber escrito la novela en chino, con un estilo lírico, florido, pero esos son elementos que no necesito para contar la historia. No quiero desarrollar el hábito de acudir a metáforas y adornar los textos. Prefiero un estilo limpio y eficaz.
Esa contención ejerce un fuerte contraste con la intensidad de los hechos que relata. ¿Es deliberado?
Déjeme pensar… Verá, para mí no hay otro modo de contar la historia, pero sí se me ocurre que pueda haber otros escritores que lo habrían hecho de forma completamente diferente, desde un estilo lírico o surrealista, pero yo no podía contarlo de otra manera.
A pesar de que su libro relata de forma vívida la ausencia de libertad y la crueldad de un sistema represor, de la lectura parece que se deriva una condena moral más de la sociedad que de las autoridades. ¿Es un reproche deliberado?
No, no hay un reproche. Lo que me interesa de esta historia es la gente, que ve obligada a luchar para salir adelante. El sistema, por sus propias características es inhumano, pero no me interesaba denunciarlo ni tampoco hacer un reproche al pueblo, sino contar su vida. No quería tomar postura, porque entonces éste libro sería propaganda. Quería contar de la forma más veraz cómo son las cosas y que el propio lector tome una postura si lo desea.
Pero es estremecedora la sumisión de los personajes. No tanto por no rebelarse, sino porque en la forma en que aparecen en la novela, ni siquiera parecen permitirse el pensamiento de la rebelión. ¿Es así?
En cierto sentido, esto forma parte de la cultura china. Tiene que ver con la extraordinaria duración del régimen feudal en China, que ha hecho que sea un pueblo extrañamente acostumbrado a la sumisión. El miedo tiene un papel muy importante en la estructura social del país. Quizá mucha gente sienta dentro de sí la chispa de una reacción, pero si la perciben, la apagan.
Aunque se trata de una novela coral, es significativa la relevancia de los personajes infantiles. ¿A qué obedece?
Es cierto. Creo que la infancia es una parte fundamental de la vida de la gente, y trascendente en la conformación de su identidad adulta. Hay gente más consciente de esto que otra, pero incluso los que no lo son, creo que comprenderían mejor sus acciones y decisiones si tuvieran presente su infancia. Incluso mientras escribía la novela, tenía la sensación de que lo que buscaba era explicarme a mí misma mi infancia.
¿Cree que la China de hoy sigue siendo la que retrata en su novela, la de hace treinta años?
Muchas cosas han cambiado. Sobre todo porque la información es mucho más accesible de lo que lo era entonces. Internet y la comunicación por móvil han hecho que la gente disponga de muchas más formas de informarse, la gente conoce ahora mejor el mundo y por eso mismo son más conscientes de sus derechos.
Uno de los asuntos que siguen presentes hoy es el de la emigración campo-ciudad. En su novela, muchos de los habitantes de la ciudad miran con nostalgia un mundo rural que, pese a las supersticiones religiosas, parecía más habitable. De algún modo es que como si la ciudad estuviera secularizada, pero sus habitantes siguen igual de lejos de la libertad de pensamiento y acción.
Tiene que tener en cuenta que en 1979 las ciudades chinas no eran plenamente ciudades. Incluso Pekín era una metrópoli de aldeas. La modernización real sólo llegó a partir de mediados de los años ochenta. El comunismo no modernizó China. Secularizó el país, pero no lo modernizó.
Ha dicho usted que no quiere regresar nunca.
Para mí, se trata de una decisión personal. Escribo en inglés, de modo que para mí es mejor vivir lejos de un entorno donde se hable chino. Y luego, hay otra cuestión que me parece importante: En China uno dispone de una intimidad muy limitada, y yo disfruto de mi pequeño espacio para escribir y trabajar en casa.
Tampoco se ha llevado a California a sus padres. ¿Siguen esperando que regrese?
Me visitan a menudo en Estados Unidos, pero llevan toda su vida en China, viven en Pekín y allí tienen toda su vida y sus amigos. Supongo que en el fondo les gustaría que regresara, pero todo hijo en el fondo ansía crear su vida lejos de sus padres.
¿Cree que hay algo cinematográfico en su forma de escribir para que ya haya dos películas basadas en sus textos?
Al contrario. Los dos relatos que adaptó Wayne Wang para mí no eran filmables, porque se desarrollan en la mente de los personajes. Pero de él aprendí que el silencio es muy importante en el cine, por eso el director debe dar la pauta a los actores de qué hacer con ese silencio. Pero, si le soy sincera, no soy una experta.
¿Alguien se ha interesado ya por Las puertas del cielo para hacer una película?
No. Es difícil, porque es una historia muy china y en China nunca permitirían que se rodara. La censura en el cine es mucho más intensa que en la literatura. Si uno quiere filmar, tiene que entregar el guión a las autoridades chinas antes de empezar. Algunos directores hacen dos versiones y sacan los temas más delicados de la que entregan al censor, pero en el caso de mi novela habría que quitarlo todo, porque está muy cargada políticamente.
Entre los personajes de su novela, llama precisamente la atención el viejo profesor, padre de la condenada, que, pese a su formación intelectual, es el que más ha interiorizado la sumisión. Incluso lamenta haber alfabetizado a su hija, porque cree que eso la ha llevado al cadalso. Resulta paradójico.
Este profesor encarna a la generación de antiguos intelectuales. Existe un dilema entre ilustrar a alguien y las enseñanzas comunistas, que no tienen nada que ver con el conocimiento o el aprendizaje. Él es consciente de que su formación no le permite hacer nada para salvar a su hija. Ni siquiera podría protegerse a sí mismo.
También los niños parecen tener interiorizado el temor y el sometimiento. Sobrecoge como la niña deforme, Nini, asume que es ella una maldición para su familia.
i uno nace en un mundo así y siempre te dicen que las cosas son de una determinada manera no tienes capacidad de cuestionarlo. Nini tenía dudas, pero no tenía formación para pensar que había alternativas. La cultura china no promueve el cuestionamiento de lo precedente. De esa anomalía, el personaje de Nini es como el paradigma, el ejemplo perverso.
Decía antes que al no escribir en chino, se emancipa de la cultura china. Y en el tratamiento de la infancia en su novela casi se olfatea el rastro de Dickens.
La verdad es que es un honor para mí que diga eso. Dickens es uno de mis autores favoritos. Es cierto que Dickens también escribió de la infancia de forma poco sentimental. Posteriormente se desarrollaron dos formas de tratar a la infancia en la literatura. En un caso, se representa a los niños como angelitos, y en el otro, se retrata a los niños como adultos precoces que hacen juicios sobre las cosas y se lo saben todo. Creo que ninguna de las dos representa a la infancia. El pasado verano estaba releyendo a Dickens y pensaba precisamente en eso, en que, al margen de la dureza de las condiciones en las que se ven esos personajes, eran niños y sus observaciones eran las propias de un niño.
En ese sentido, su novela parece el remedo de un cuento infantil, no en cuanto al argumento, sino en lo que tenían de extrañamente crueles con la infancia. Sea Caperucita o Hansel y Gretel.
Que diga eso me resulta halagador, muchas gracias. Cuando le mostré el borrador a mi editor británico, me llamó para decirme: "Tu novela es como un cuento de hadas alemán, donde todo es un bosque oscuro". Me gustó, porque los cuentos en realidad representan un modo de aproximarse desde la inocencia al mundo, que es un lugar peligroso. Bueno, hay quien dice que siempre estamos reescribiendo cuentos, y me gusta esa idea.
Ahora que su editor español no nos oye, ¿qué le parece el título castellano de su novela, que en inglés se titulaba Los vagabundos?
Es una cosa curiosa. Muchas veces el título del libro debe cambiar, porque eso está relacionado con la cultura de quien lo lee. El editor alemán dijo que no podía publicar una novela titulada Los vagabundos porque el público creería que trata de mendigos sin hogar y eso causaría un equívoco. El caso es que en cada país de Europa se titula de forma distinta.
¿Con el título original buscaba alguna resonancia con Victor Hugo?
Mire, se me ocurrió leyendo un verso de Rabindranath Tagore que dice "Pequeños vagabundos del mundo / dejad vuestra huella en mis palabras". Es un sentimiento muy parecido al que uno tiene con los personajes, que quieres que dejen su huella en la novela.
¿El éxito tan temprano la ha turbado en alguna medida?
No me ha afectado mucho porque llevo una vida bastante recluida, en mi casa. No es una carga el éxito, pero tampoco me ayuda a ser mejor madre para mis hijos o mejor cocinera, que es a lo que dedico el tiempo cuando no escribo, así que no puede decirse que me haya afectado.
¿No le preocupa la responsabilidad que supone el aplauso de la crítica a la hora de sentarse a escribir?
Supongo que las expectativas que no puedes defraudar y a las que te enfrentas son las tuyas propias. Sé que no voy a escribir una obra maestra, que por más que lo intente nunca voy a ser Tolstoi, pero ese es el objetivo y lo que te mueve.
fuente: http://www.lavanguardia.es/cultura/noticias/20100329/53898125919/la-sumision-es-parte-de-la-cultura-china-estados-unidos-dickens-pekin-victor-hugo-california-caperuc.html
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