Siempre lo tuvo clarísimo. Desde que estaba en el instituto. Iago Patiño (A Coruña, 1968) quería adoptar y darles una familia a niños con algún tipo de discapacidad, incluso antes de tener hijos biológicos. Con esta idea siguió durante la carrera universitaria y, cuando encontró a una pareja que opinaba igual que él, no esperaron más. «Fuimos nada más llegar de la luna de miel, pero me dijeron que teníamos que esperar un año y medio después de la boda, para ver que la relación era estable y se consolidaba». Así que a los 18 meses, Iago y su mujer se plantaron en las dependencias de la Xunta para iniciar los trámites que los llevarían a la adopción de su primer hijo: Jon.
«Me enseñaron varios casos, sin dar nombres ni fotos, solo nos decían la edad y la enfermedad que sufrían. La mayoría tenían síndrome de Down o síndrome de alcohol en el feto (una discapacidad que se manifiesta como un grupo de defectos congénitos físicos y mentales provocados en el feto por una mujer que durante el embarazo ingirió alcohol). Opté por un niño con esta última enfermedad, y entonces me enseñaron a Jon, de 9 años, que había sufrido varios intentos de adopción fallidos, y del último regresó de Canarias solo y con la nariz rota». Los primeros encuentros no fueron fáciles, ya que el pequeño no hablaba. Ni siquiera dejaba que lo tocasen. Y, sin embargo, parecía que se encontraba a gusto en su nueva familia y en apenas 15 días se instaló en la casa. «Tuve que llevármelo antes de lo habitual, porque después de pasar el primer fin de semana de visita con nosotros, cuando lo quisimos dejar en el centro de menores, empezó a ponerse mal y a montar una escandalera. Pensaba que lo estábamos abandonando». Episodios parecidos se sucedieron durante la primera temporada que vivió con su nueva familia, porque apenas hablaba, todo lo que comía lo vomitaba? «Era como si tuviera miedo a ser devuelto y me ponía a prueba para ver si era capaz de quererlo tal y como era». Iago superó el desafío. Y Jon pronto aprendió a leer, sacó el graduado escolar e incluso encontró un trabajo como jardinero.
Cuando la situación con Jon se normalizó, decidió volver a adoptar. En esta ocasión era una niña, Erika, de 13 años. La pequeña no había tenido una infancia fácil, y de esos años le quedó como secuela una cojera. «Erika tiene un pertex, es una cadera anquilosada, porque cuando era pequeña la atropellaron. Como consecuencia de esto, se le soldó mal la cadera y ahora tiene que hacerse una operación, pero esto no le ha impedido hacer una vida normal. A los 19 años se independizó, alquiló un piso, encontró una pareja estable y comenzó a trabajar. Me ha dado una lección de vida increíble».
La decisión más difícil
El tercer hermano de Jon y Erika llegó cuando ellos ya eran mayores y estaban colocados. Fue entonces cuando Iago se llevó a casa a una niña de 9 años con discapacidad intelectual. Durante un año y medio la pequeña convivió con la familia, hasta que la enfermedad de Jon comenzó a empeorar y su cerebro se fue deteriorando. «Poco a poco se empezó a apagar. Tenía alteraciones muy fuertes de comportamiento, se autoagredía y pegaba a los demás», recuerda Iago, que intenta olvidar las continuas entradas y salidas del hospital durante casi ocho meses. En aquel momento, el hombre se había separado de su mujer y cuidaba solo de sus tres hijos, pero la situación se estaba volviendo insostenible. «Un día, después de que Jon tuviese un ataque fortísimo delante de su hermana pequeña, me fui al despacho a llorar y vino ella a consolarme. No podía seguir así, una niña de 11 años no podía consolar a un hombre de 40, y entonces tomé la decisión más difícil de mi vida: devolverla, porque era mejor que estuviese con otra familia que le pudiese ofrecer una vida mejor». Iago no es capaz de explicar lo duro que fue, y no deja de repetir que se arrepiente «de todo el daño y sufrimiento que pude haber hecho a mucha gente, y pido disculpas y perdón».
Él considera que haber adoptado a tres niños con discapacidad no es distinto de hacerlo con otro tipo de menores. «No soy ningún héroe. Mis hijos me han aportado más a mí que yo a ellos. Jon tiene una visión del mundo y de la vida muy distinta a la de los chicos de su edad, que es muy enriquecedora; y estoy orgullosísimo de Erika, que es una mujer con todas las letras. Es trabajadora, madura y sensata, y ahora ejerce de hija, madre y mujer. Desde que Jon entró en esta última fase de su enfermedad se ha preocupado siempre de nosotros, de arroparnos y de ayudarnos».Iago Patiño afronta ahora su situación familiar junto a una nueva pareja que, dice, «ha sido muy valiente, porque no es fácil aceptar una familia como la mía y ella lo ha hecho». Ella lo hizo y, por primera vez en su vida, él se plantea tener ahora sus propios hijos biológicos.
Fuente: http://www.lavozdegalicia.es/galicia/2010/04/24/00031272131083254106879.htm
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