David Jiménez - Corresponsal de EL MUNDO en Asia.
Han pasado 15 años, pero nadie que viera el documental Las habitaciones de la Muerte ha olvidado las imágenes. Huérfanos chinos dándose de cabezazos contra los barrotes de sus cunas, inmóviles, encadenados al suelo o abandonados entres sus propias heces en una lenta agonía de la que muchos jamás salieron. China es hoy otro país y sus orfanatos han dejado de ser el desahucio de la severa política de natalidad del Gobierno. Las habitaciones de la muerte, en muchos casos, se han convertido en habitaciones de la vida.
El régimen de Beijing negó entonces que sus huérfanos estuvieran desatendidos, pero de puertas adentro admitió la realidad e inició un gigantesco programa de mejora que ha dado una oportunidad de salir adelante a toda una generación de menores abandonados. El plan, llevado a cabo sin publicidad, ha consistido en una mejora de los orfanatos existentes y la creación de nuevos, el fomento de la adopción –nacional e internacional- y la creación de políticas para reducir los abandonos (incluidas ayudas económicas a padres de hijos con problemas físicos o mentales).
Pekín exhibe ahora como modelo de sus orfanatos lugares como el Hogar Infantil de Shanghai, un inmenso centro con cerca de un millar de camas y unas instalaciones que serían la envidia de lugares similares en Occidente. Por supuesto, no todos los orfanatos chinos se parecen a éste –las deficiencias persisten, sobre todo en las zonas rurales-, pero difícilmente se podría grabar hoy The Dying Rooms, el documental emitido en 1995 por la cadena británica Channel 4.
Una de las soluciones de los líderes chinos para aliviar las condiciones de sus orfanatos fue aumentar el número de adopciones internacionales, que se dobló en los cinco años siguientes a la emisión del programa, convirtiendo a China en el principal centro de adopciones del mundo. Para las familias deseosas de adoptar, Pekín ha ofrecido durante años un sistema lento y caro, pero eficiente. Y lo que es más importante: con garantías sobre la procedencia de los niños.
El idilio entre las familias extranjeras y el Gobierno chino, sin embargo, pasa por malos momentos. La relajación de la ley de natalidad que permite un solo hijo, la creciente disposición de las familias chinas a adoptar, la mayor aceptación de los nacimientos de niñas –millones han sido víctimas de infanticidios-, la generalización del aborto incluso en zonas rurales y el rápido desarrollo económico han reducido el número de niños abandonados. Pekín cree, además, que la marcha de miles de huérfanos del país no casa con su nuevo estatus de potencia internacional. Su respuesta ha sido endurecer los requisitos.
Los aspirantes deben tener ahora menos de 50 años, estar casados, no haber tomado medicamentos antidepresivos en los dos últimos años e incluso no padecer de obesidad, entre una larga lista de exigencias. El resultado del mayor escrutinio ha sido una reducción de las adopciones de entre el 50% y el 80% desde 2004, dependiendo de los países, un cambio de política que ha afectado directamente a las cerca de 3.000 parejas españolas que desean adoptar en el país asiático.
La espera se alarga ahora hasta los cuatro años y lleva a un número creciente de potenciales padres a estudiar alternativas donde el proceso es más rápido y menos costoso. Las autoridades chinas tienen todo el derecho a regular las adopciones según crean conveniente, pero al sumar cada vez más obstáculos se arriesgan a agotar la paciencia de las parejas que buscan formar una familia. Puede que China haya dejado atrás Las Habitaciones de la Muerte, pero en sus orfanatos sigue habiendo miles de niños esperando a ser acogidos.
Fuente: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/cronicasdesdeasia/2010/04/21/las-habitaciones-de-la-vida.html
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