Su nombre era Srta. Pérez. Mientras estaba al frente de su clase de 5º grado, el primer día de clase lo iniciaba diciendo a los niños una mentira.
Como la mayor parte de los profesores, ella miraba a sus alumnos y les decía que a todos los quería por igual. Pero eso no era posible, porque ahí en la primera fila, recostado sobre su asiento, estaba un niño llamado Carlos.
La Srta. Pérez había observado a Carlos desde el año anterior y había notado que él no jugaba a gusto con los compañeros, su ropa estaba muy descuidada y constantemente necesitaba darse un buen baño.
Carlos comenzaba a ser un tanto desagradable. Llegó el momento en que la Srta. Pérez disfrutaba al marcar los trabajos de Carlos con un rotulador rojo haciendo una gran X y colocando un cero muy llamativo en la parte superior de sus tareas.
En la escuela donde la Srta. Pérez enseñaba, le era requerido revisar el historial de cada niño, pero dejó el expediente de Carlos para el final.
Cuando ella revisó su expediente, se llevó una gran sorpresa. La profesora de primer grado escribió: “Carlos es un niño muy brillante con una sonrisa sin igual. Hace su trabajo de una manera limpia y tiene muy buenos modales… es un placer tenerlo cerca”.
Su profesora de segundo grado escribió: “Carlos es un excelente estudiante, se lleva muy bien con sus compañeros, pero se nota preocupado porque su madre tiene una enfermedad incurable y el ambiente en su casa debe ser muy difícil”.
La profesora de tercer grado escribió: “Su madre ha muerto, ha sido muy duro para él. Él trata de esforzarse mucho, pero su padre no muestra mucho interés y el ambiente en su casa le afectará pronto si no se toman ciertas medidas”.
Su profesora de cuarto grado escribió: “Carlos se encuentra atrasado con respecto a sus compañeros y no muestra mucho interés en la escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones duerme en clase”.
Ahora la Srta. Pérez se había dado cuenta del problema y estaba apenada con ella misma. Comenzó a sentirse peor cuando sus alumnos les llevaron sus regalos de Navidad, envueltos con preciosos envoltorios y papel brillante, excepto Carlos. Su regalo estaba mal envuelto con un papel amarillento que él había tomado de una bolsa de papel.
A la Srta. Pérez le dio pánico abrir ese regalo en medio de los otros presentes. Algunos niños comenzaron a reír cuando ella encontró un viejo brazalete y un frasco de perfume empezado, con sólo un cuarto de su contenido original.
Ella detuvo las burlas de los niños al exclamar lo precioso que era el brazalete mientras se lo probaba y se colocaba un poco del perfume en su muñeca.
Carlos se quedó ese día al final de la clase el tiempo suficiente para decir:
“Srta. Pérez, en el día de hoy usted huele como solía oler mi mamá”.
Después de que el niño se marchara, ella estuvo llorando al menos una hora...
Desde ese día, además de enseñarles a los niños aritmética, a leer y a escribir, también se preocupó de educarlos en valores. La Srta. Pérez puso atención especial en Carlos.
Conforme comenzó a trabajar con él, su cerebro comenzó a revivir. Mientras más lo apoyaba, él respondía más rápido.
Para el final del ciclo escolar, Carlos se había convertido en uno de los niños más aplicados de la clase y a pesar de su mentira de que quería a todos sus alumnos por igual, Carlos se convirtió en uno de los consentidos de la maestra.
Un año después, ella encontró una nota debajo de su puerta, era de Carlos, diciéndole que ella había sido la mejor maestra que había tenido en toda su vida.
Seis años después por las mismas fechas, recibió otra nota de Carlos, ahora escribía diciéndole que había terminado la preparatoria siendo el tercero de su clase y ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida.
Cuatro años después, recibió otra carta que decía que a pesar de que en ocasiones las cosas fueron muy duras, se mantuvo en la escuela y pronto se graduaría con los más altos honores.
Él le reiteró a la Srta. Pérez que seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida y su favorita.
Cuatro años después recibió otra carta. En esta ocasión le explicaba que después de concluir su carrera, decidió viajar un poco. La carta le explicaba que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido y su favorita, pero ahora su nombre se había alargado un poco, la carta estaba firmada por Carlos Rodríguez, Doctor en Medicina.
La historia no termina aquí, existe una carta más que leer. Carlos ahora decía que había conocido a una chica con la cual iba a casarse. Explicaba que su padre había muerto hacía un par de años y le preguntaba a la Srta. Pérez si le gustaría ocupar en su boda el lugar que usualmente es reservado para la madre del novio. Por supuesto, la Srta. Pérez aceptó y adivinen…
Ella fue a la boda luciendo el viejo brazalete y se aseguró de usar el perfume que Carlos recordaba que usó su madre la última Navidad que pasaron juntos.
Se dieron un gran abrazo y el Dr. Rodríguez le susurró al oído, “Gracias Srta. Pérez, por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y mostrarme que yo puedo hacer la diferencia”.
La Srta. Pérez, con lágrimas en los ojos, respiró profundamente y dijo, “Carlos, te equivocas, tú fuiste el que me enseñó a mí que yo puedo hacer la diferencia. “No sabía cómo educar hasta que te conocí”.
Alegra el corazón de alguien hoy… comparte este mensaje. Recuerda que a donde quiera que vayas y hagas lo que hagas, tendrás la oportunidad de tocar y/o cambiar los sentimientos de alguien, trata de hacerlo de una forma positiva.
Fuente: http://peperonity.com/go/sites/mview/reflexiones/20482683
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