Vives en el silencio, acostumbrado a un entorno en el que las personas que te rodean se relacionan de una forma muy diferente a como lo hacen contigo. Un día descubres que tú también puedes hablar, a tu manera, con un lenguaje a tu medida, y que hay muchos como tú. Ese es el proceso por el que pasan los niños sordos que llegan a los centros en los que la Fundación Vicente Ferrer atiende a las zonas rurales de Anantapur. La organización trabaja en su integración y aceptación social, ofreciéndoles formación y preparándoles para una vida adulta autónoma e independiente.
El futuro de esos niños está, generalmente, lejos de las escuelas, en trabajos precarios que no les permiten desarrollar su comunicación más allá de la que mantienen con sus padres y los que van al colegio lo hacen en clases para oyentes donde sólo se usa el lenguaje oral y no la Lengua de Signos, un idioma con estructura, normas y gramática. La Fundación lleva años trabajando con cuatro escuelas de primaria y un instituto para sordos. “Hay que empezar de cero con ellos. Lo primero que tenemos que enseñarles es la lengua de signos, que adquieran vocabulario y conocimientos básicos y luego las materias comunes”, nos cuenta Sara Crespo que trabaja en la Fundación desde 2007 y con quien charlamos por teléfono a través de un intérprete, Sara es sorda y sufre el síndrome de Usher.
Hasta que llegan a los centros, la forma de expresarse de los niños es muy rudimentaria, visual y centrada en cosas muy básicas como comer o dormir, por eso el cambio es abismal. “Al principio están un poco asustados porque están acostumbrados a la familia y a un entorno muy protegido, pero luego empiezan a aprender y ven cómo otras personas se relacionan con ellos, les están entendiendo, y se identifican con ellos. A eso no están acostumbrados, se sienten muy felices y sobre todo, con muchas ganas de seguir aprendiendo. Esa es la palabra, ganas”. Aprender que pueden tener una vida normal a través de la lengua de signos de la lengua local, el telugu.
En el caso de los niños sordo ciegos el reto es mayor. “Cuando llegué a Anantapur pregunté por ellos y me dijeron que no había. Yo pensaba que era imposible. Poco a poco empecé a encontrar niños con problemas visuales con pérdidas de campo visual o con cataratas. Ahora los tenemos ubicados y hemos formado a sus profesores. Adaptamos la comunicación a los sistemas táctiles, como la palma de la mano o el braille e intentamos usar técnicas que les ayuden como que el profesor no se mueva constantemente, para que no tengan que estar constantemente rastreando, que usen colores lisos en la vestimenta para que haga contraste con la piel. Hay que buscar fórmulas”, asegura Sara. Su trabajo sobre el terreno lo recogió Acción Directa en este reportaje:
El boca a boca es la mejor forma de llegar a las zonas rurales. “En los pueblos existe la conciencia de que la Fundación está para ayudarlos, entre ellos mismos cuando ven que hay un niño sordo o con alguna discapacidad le dicen que vaya a nuestros centros. Hemos conseguido que sean ellos los que vengan“. El siguiente paso es que esos padres puedan comunicarse con sus hijos a través de la lengua de signos, que la conozcan. “Es complicado por la falta de tiempo, tienen que trabajar para el sustento diario pero es un proceso en el que tienen no pueden desvincularse los padres, tienen que estar”.
La Fundación comenzó a trabajar en el 93 en la concienciación de los padres para que enviaran a sus hijos a la escuela, desde esa fecha se han construido en Anantapur 16 centros educativos adaptados para niños con discapacidad auditiva, visual y mental para educación primaria y dos institutos, entre todos suman 5800 alumnos. “Al principio muchos padres decían. ¿Por qué hacéis escuelas para niños ciegos? ¿Acaso les podéis dar ojos? ¿Les podéis dar oídos? ¿Podéis curar sus brazos y sus piernas que no funcionan? Esa era la forma de pensar de la sociedad en aquél momento”, cuenta Dasarath Rachaneni, responsable del sector de discapacidad de la FVF en India.
Además de las escuelas, cuenta con talleres de ortopedia y rehabilitación para la fabricación de prótesis, muletas y triciclos, así como los vikalangula shangams, asociaciones que fomentan el apoyo mutuo. ”Ahora podemos ver la gran diferencia. Pueden estudiar, pueden trabajar y pueden ayudar a la familia”. Más de 25.000 personas han recibido las prótesis, asideros y fisioterapia, “les ayuda a moverse, a ir a la escuela, a trabajar en el campo…Esto no sólo mejora su movilidad y sus funciones motoras, también crea confianza en las personas con discapacidad”.
Fuente: http://periodismohumano.com/cooperacion/el-fin-del-silencio.html
Comentarios