En la piscina de Qingnianhu (El lago de los jóvenes), en el norte de la ciudad, apenas queda un hueco para darse un chapuzón: miles de personas de todas las edades se reúnen a pasar el día a remojo por 25 yuanes (tres euros).
Regla número uno: el agua nunca cubre más allá del pecho. Aquí casi nadie sabe nadar. En la entrada se alquilan flotadores para gente de todas las edades. No es extraño ver a hombres de 50 años agarrados al patito de goma fluorescente mientras se fuman un cigarro -sí, se fuma hasta dentro del agua-.
Hombres y mujeres suelen llevar gorro. Las más coquetas suelen llevar uno floreado y con volantes. Lo que nunca falta en el atuendo piscinero de las chinas es un paraguas. Las asiáticas no soportan ponerse morenas, de hecho siempre utilizan cremas blanqueantes.
En la orilla, algunas parejas charlan, pero el coqueteo nunca pasa del empujón cariñoso. Darse un beso delante de los demás es una cursilada o una salida de tono para los chinos. Rara vez se expresan afecto en público.
Cuando entra el hambre, la estrella son las brochetas de pollo y ternera. En los puestos alrededor de la piscina se venden a un yuan y medio (unos 20 céntimos de euro) y las familias los devoran por docenas. Cada año se ven más niños obesos. China cada vez importa y fabrica más golosinas y el cambio de dieta está pasando factura a las nuevas generaciones.
Comentarios