La Asociación Anadir presentará la demanda colectiva en octubre para que puedan conocer su pasado
El llanto del bebé al que no volvió a ver jamás le ha perseguido toda su vida. Un hilo que los años no han logrado romper, y al que quedó amarrada la madeja de una biografía que, nadie le quitará la idea de la cabeza, no era la suya. La sensación de haber vivido una vida que no le tocaba la comparte María Jesús Villegas con centenares de afectados por la supuesta trama de adopciones ilegales que funcionó en España en los años setenta. Impulsados por la Asociación Nacional de Afectados por las Adopciones Ilegales (Anadir), presentarán en octubre una denuncia colectiva ante la Fiscalía General para poder conocer su pasado y a sus padres biológicos. Varios murcianos se encuentran entre ellos.
La historia de María Jesús se ubica al otro lado. Ella fue una de las madres que dio a su hijo en adopción. No pretende engañar a nadie: aunque el proceso fue del todo irregular, ella entregó a su bebé voluntariamente; todo lo voluntariamente que podía hacerlo una madre soltera de 22 años nacida en el seno de una familia ultraconservadora, «católica y apostólica», y educada en un internado de Pamplona. Ser madre soltera era un estigma en los setenta. Una vergüenza para la familia y el entorno social que era mejor ocultar. En la villa, una residencia para chicas embarazadas regida por religiosas y radicada en Pamplona, sabían cómo hacerlo.
«Cuando llegué a aquella casa de mujeres descarriadas, como se decía en la época, ya estaba embarazada de más de 4 meses. No me preguntaron ni mi nombre; era una más, todas chicas jovencísimas, embarazadas, que habían ido allí a tener a sus bebés para entregarlos. Era horrible», recuerda.
En la residencia no se hacían preguntas. Ni nombre, ni DNI, nada; cuanto menos se supiera, mejor: «Menos pistas quedaban, y menos posibilidades de que las madres o los hijos pudieran luego ponerse en contacto». Nadie mostraba el menor interés en conocer el nombre de nadie. Sólo dejaban pasar los días hasta que llegaba el momento. El de María Jesús fue el 5 de octubre de 1971. Alguien lo había previsto todo por ella, que se dejó llevar. «Estaba sola; no tenía apoyo de nadie, y no podía contar con mi familia, más bien, al contrario», repite reviviendo un trauma que le ha incapacitado para tener más hijos.
Una tapadera muy cara
En la clínica -«la más cara de Pamplona, con el tiempo entendí quién pagaba todo aquello»- le provocaron el parto. Cuando escuchó el llanto del bebé recién alumbrado, de forma instintiva levantó la cabeza, pero enseguida se recostó para no ver la cara del recién nacido que saludaba a la vida. No hubo más explicaciones. En cuanto se recuperó del parto, sin firmar un papel, sin que nadie apuntara su nombre, sin más explicaciones, la despacharon de la clínica y hasta ahora.
Era sencillo. La madre biológica entraba por un lado, y la adoptiva salía con el bebé en brazos por el otro. Y en casi todos los casos, denuncia Anadir, el bebé quedaba inscrito en la partida de nacimiento como hijo biológico de la madre adoptiva. «Estaban todos organizados: médicos, comadronas, monjas, funcionarios... Estoy convencido de que era una auténtica trama», denuncia Antonio Barroso, presidente de Anadir, que lleva años escuchado centenares de historias como la de María Jesús, que desde hace años reside en Águilas.
O como la de Pablo, de 29 años y dado en adopción por su madre biológica. También lleva unos años viviendo en Águilas, y se acercó María Jesús en busca de respuestas. Un conocido común le habló de ella, y Pablo quiso conocerla para escuchar la versión que nunca oyó de su madre biológica.
La madre adoptiva de Pablo sí fue sincera con él. Cuando el chico tenía 12 años, le llamó a su lado y le contó que su madre biológica era una chica de un pueblo de Córdoba, de unos 15 años, que había dado a luz en la clínica San Ramón de Madrid, donde fueron alumbrado decenas de los críos que hoy buscan a sus madres a través de Anadir.
Pero Pablo no está seguro de querer seguir buscando. Quizá tenga hermanos; probablemente su madre esté viva; no sabe si quiere saberlo, si quiere poner rostros a la vida que no vivió. Ni siquiera está convencido de querer tomar parte en la denuncia colectiva que la asociación presentará ante la Fiscalía. Sí lo harán una mujer nacida en Murcia y residente en Pamplona que fue dada en adopción en los setenta, y un joven adoptado por un matrimonio murciano que prefiere no revelar su nombre. «No es sencillo. Son muchas las partes implicadas, y los padres adoptivos también sufren mucho con esto», justifica Barroso.
La Asociación de Afectados por Adopciones Ilegales asegura que entre los años cuarenta y ochenta hubo dos millones de adopciones en España. Calculan que un 10% son inscripciones falsas. La cifra da vértigo: 200.000 alumbramientos bajo sospecha. Enrique Vila es el abogado de Anadir, la Asociación Nacional de Afectados por Adopciones Irregulares. La entidad agrupa ya a una treintena de miembros con partidas de nacimiento presuntamente fraudulentas. Su objetivo es presentar tras el verano ante la Fiscalía General del Estado un escrito conjunto para pedir una investigación en todo el país sobre «niños robados».
Muchos supieron de su adopción desde siempre, otros se enteraron por accidente, pero todos tienen en común la certeza de que sus procesos de adopción, simplemente, no existieron. En sus partidas literales de nacimiento, figura una madre biológica que el ADN desmiente. María Jesús sabe que en la de su hijo está escrito cualquier nombre menos el suyo. Y le gustaría que él, si la está buscando o la necesita, sepa que ella está ahí.
Fuente: http://www.laverdad.es/murcia/v/20100830/region/murcianos-dados-adopciones-irregulares-20100830.html
Fuente: http://www.laverdad.es/murcia/v/20100830/region/murcianos-dados-adopciones-irregulares-20100830.html
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