"Quien paga demasiado, y 20.000 euros es demasiado, contribuye a sostener un sistema corrupto"
No hay mejor lugar para un niño que allí donde ha nacido
Bebés, sanos, sin padres que ostenten derechos sobre ellos y disponibles en el menor periodo de tiempo posible: así rezan las preferencias en el mundo de las adopciones internacionales. (AP /Chitose Suzuki
Cada vez más tarde: el momento para tener hijos es uno que en nuestras sociedades tiende a la postergación. Primero están la carrera, los viajes y la difícil tarea de encontrar a la pareja perfecta. “Y de pronto, uno tiene treinta y pico se da cuenta de que ya no es tan fácil, y de que ha que recurrir a la adopción si quiere ser padre”, explica Rudi Tarneden, portavoz de UNICEF
Alemania.
Camino de la cuarentena, muchos no quieren esperar 10 años a que en su país les sea adjudicado un menor “en situación de desamparo”, cuyos padres biológicos siguen conservando, con frecuencia, derechos sobre él. “Además”, continúa Tarneden, “las políticas de planificación familiar, la extensión del uso de anticonceptivos y las medidas sociales de protección de las madres solteras han ido reduciendo en nuestros Estados el número de niños que son entregados a la adopción”.
El extranjero se convierte entonces en un atractivo atajo que no pocos utilizan. También aquí la demanda supera a la oferta y, sin embargo, las agencias internacionales prometen niños en relativamente poco tiempo. Eso sí, irse fuera cuesta casi siempre: 10.000, 20.000, 30.000 euros. Pero, ¿cómo ponerle precio al deseo de fundar una familia?
En los últimos 30 años se ha producido un aumento considerable del número de familias de países ricos interesadas en adoptar niños y niñas de otros países. Al mismo tiempo, la ausencia de normas reguladoras y mecanismos de supervisión, especialmente en los países de origen, así como las posibilidades de lucro que se dan en el ámbito de las adopciones internacionales, han alentado el crecimiento de una industria centrada en las adopciones, en la que se da prioridad a los beneficios materiales en desmedro del interés superior de los niños. Entre los abusos que se cometen figuran el secuestro y la venta de niños y niñas, la intimidación de los padres y el pago de sobornos. UNICEF, 2007.
“Hay padres que creen que sus hijos se van una temporada a estudiar al extranjero, y sólo después se dan cuenta de que han renunciado a todos sus derechos sobre ellos y de que no van a volver nunca más. Hay madres que pasan por problemas y dejan en un determinado momento a sus hijos al cuidado del Estado, en casas de acogida, y cuando vuelven a recogerlos resulta que han desaparecido, que han sido entregados en adopción a una familia que vive en otro país”, enumera Roelie Post, directora de la organización Against Child Trafficking. Los casos de menores raptados, de padres biológicos engañados, de documentos falsificados, de pagos ilegales, de médicos y jueces sobornados se amontonan en las estanterías de las ONG.
Se calcula que una veintena de Estados permiten en todo el mundo que sus menores sean adoptados por parejas que residen más allá de sus fronteras. La cifra exacta se desconoce porque las denuncias obligan constantemente a suspender esta práctica en unos países, al tiempo que la presión de la demanda lleva a los siguientes a aceptar la entrega transnacional de niños. Pero una cosa está clara, sostiene Tarneden, “la dirección es siempre la misma: los pobres emiten, los ricos reciben y, hoy por hoy, es prácticamente imposible saber si el proceso ha sido legal y si en él se han respetado los derechos del menor”.
“Cabe dudar de que países como Etiopía, que encuentran ya de por sí grandes dificultades a la hora de controlar la corrupción en todos los ámbitos, estén en condiciones de garantizar que en las adopciones no se cometan irregularidades”, hace notar Bernd Wacker, ex miembro de Terre des Hommes Alemania y experto en adopciones internacionales. Por otro lado, las autoridades de los Estados receptores no disponen de la capacidad ni del conocimiento necesarios para comprobar que en origen todo haya transcurrido legalmente. Y, en realidad tampoco les interesa demasiado, “porque- al menos eso les pasa aquí y sospecho que en otros lugares no es diferente- en el fondo piensan que, al fin y al cabo, los niños están mejor con nosotros“, dice Wacker.
Sin embargo, los expertos coinciden en que no hay mejor sitio para un niño que allí donde ha nacido. Al extranjero sólo debe enviarse a un menor cuando se hayan agotado todas las posibilidades de acogida en su entorno natural, es decir, no se pueda contribuir a que se hagan cargo de él ni sus padres biológicos ni ningún pariente, y tampoco exista una sola familia nacional en condiciones de adoptarlo.
“La gente es muy inocente”, constata Tarneden, “a veces, cuando se producen catástrofes naturales en países del Tercer Mundo, nos llaman preguntándonos si no podríamos ayudarles a adoptar un niño de ese lugar. Lo hacen con toda la buena voluntad del mundo, pero no tienen ni idea de lo que están pidiendo, no se han parado ni cinco minutos a pensar en lo que supone sacar a un pequeño, que además acaba de vivir una situación traumática, del entorno que conoce para llevárselo a otro país, donde la gente habla otro idioma, tiene un aspecto completamente distinto y unas costumbres totalmente diferentes. Y no sólo eso: no se han parado ni cinco minutos a pensar que a lo mejor ese niño tiene una familia que lo quiere- un padre, una madre, unos hermanos de los que no desea separarse-. Hay gente que es tan inocente como para creer que un niño sólo puede ser feliz en el bienestar material que le otorga un país desarrollado”.
“Yo no lo llamaría inocencia, sino viejo pensamiento colonial”, opina Post, “es esa idea de que sólo nosotros podemos querer a un niño como se merece, sólo nosotros podemos cubrir sus necesidades como es debido, y que esos pobres padres del Tercer Mundo no saben lo que es importante para un niño como lo sabemos nosotros.”
Esperando a la adopción en un centro de acogida de Guatemala en 1998. Durante estos años, entre 170 y 200 menores eran adoptados al mes en este país- de unos 10 millones de habitantes-, casi siempre por parte de familias extranjeras. (AP /Scott Dalton)
“La gente ve a los niños en los orfanatos y siente una pena tremenda. Yo digo: si no hubieran tantas adopciones internacionales, no habrían tantos niños en orfanatos. La mayoría está ahí porque hay mucha gente dispuesta a pagar mucho dinero por ellos”, advierte Post.
Se calcula que el 90 % de los menores objeto de adopciones internacionales no son huérfanos, sino que se encuentran en casas de acogida porque sus padres, al menos supuestamente, no pueden ocuparse de ellos. “¿De dónde iban a salir tantos niños huérfanos?”, pregunta Post, “en casi ninguno de estos países han habido guerras, ni catástrofes, ni hecatombes. Incluso la historia de los ‘huérfanos del SIDA’ es una mentira: cuando investigas un poco, siempre resulta que tienen familia. Si ni siquiera Angelina Jolie o Madonna consiguieron adoptar huérfanos…”
Las ONG han podido comprobar que, en el momento en que un país suspende por un tiempo prolongado la entrega de menores al extranjero, desciende el número niños en los orfanatos. “Aquí se mueve mucho dinero, y ése es el problema”, dice Tarneden. Por el hijo deseado, las parejas del Primer Mundo están dispuestas a realizar cuanto esfuerzo financiero sea necesario. “Pero todo el que quiera adoptar un niño debe ser consciente de que el pago de cantidades desmesuradas- y 20.000 euros es una cantidad desmesurada- contribuye a sostener un sistema corrupto que no actúa en interés del menor, sino orientado al beneficio”.
“Si alguien gana dinero tramitando una adopción, es tráfico de menores. Tenemos que empezar a llamar a las cosas por su nombre”, afirma Post. “Las adopciones no deben regirse, como sucede ahora, por la ley de la oferta y la demanda”, añade Tarneden, “no se trata de criminalizar a los padres adoptivos- aunque estos deberían saber que, si en el proceso de adopción se incurre en prácticas ilegales, también ellos cometen un delito-. Y seguro que hay casos, a nivel individual, en los que la adopción internacional es lo mejor para el niño. Pero, contemplando el funcionamiento general de esta práctica, hay que decir por desgracia que estamos ante una venta sistemática de niños pobres con el único objetivo de satisfacer los deseos de parejas ricas”.
UNICEF calcula que cada año en Guatemala se venden entre 1.000 y 1.500 bebés a parejas estadounidenses o europeas. Antes de viajar al país centroamericano para recoger a los pequeños, los padres adoptivos pueden visionar a través de Internet la oferta de ‘niños disponibles’ y elegir así uno de ellos. Mientras que la madre biológica recibe por su hijo unos 30 dólares, las parejas pagan entre 15.000 y 20.000. UNICEF, 2007.
“El lobby de las adopciones internacionales es muy poderoso. Es gente muy importante y muy bien relacionada, que recibe protección desde las más altas esferas. Por qué y cómo lo hacen no tengo ni idea. Sólo sé que, pese a las denuncias, nunca les pasa nada, que siempre tienen a políticos destacados defendiendo sus intereses y que, cuando la presión aumenta demasiado y algún país prohíbe las adopciones, se van al siguiente. Al final, siempre te encuentras con las mismas agencias en todas partes”, indica Post.
“En Nepal había indicios muy preocupantes de tráfico de menores. Junto con Terre des Hommes hemos conseguido que el país suspenda temporalmente las adopciones internacionales”, cuenta Tarneden. A partir de este verano, Guatemala podría volver a permitir el envío de niños al extranjero que frenó en 2008. “Este país ha hecho cambios importantes en su legislación, lo que no quiere decir que ahora sea un lugar seguro para adoptar. La seguridad al cien por cien no existe”.
“Al principio me decía: ‘Roelie, tienes una imaginación perversa’. Pero, con el tiempo, he aprendido que nada de lo que pueda pensar supera a la realidad”, concluye la activista, y el portavoz de UNICEF envía un último mensaje a las parejas que se decidan a adoptar fuera de su país: “han de tener bien claras un par de cosas. Primero, que la familia con hijos adoptivos es un tipo muy especial de familia. Que los niños pueden estar enfermos, que tal vez conserven recuerdos de sus parientes biológicos. Que se requiere mucha fuerza para que tenga éxito y la tolerancia suficiente para un día acompañar a ese hijo en la búsqueda de sus raíces, momento que casi siempre llega. Pero, sobre todo, que todo niño tiene derecho a saber la verdad. Y que si la verdad es ‘sabes, en su día pagamos 20.000 euros por ti’, eso, no hay familia que lo soporte”.
Convenio vs. Convención
El 25 de mayo de 1993, entró en vigor el Convenio de la Haya para la Protección de la Infancia en el Ámbito de la Adopción Internacional [PDF]. La firma de este acuerdo es utilizada con frecuencia por las agencias de adopción para medir la seriedad de los países emisores de niños. “Para nosotros, el Convenio es importante porque en él se establece que el interés del menor está por encima de todo y su ratificación supone un posicionamiento político”, dice Rudi Tarneden, portavoz de UNICEF Alemania, “pero, ciertamente, este documento tiene muchas carencias y no se puede decir que le asegure protección a los menores”.
La mayoría reconoce que la principal debilidad del Convenio radica en que no establece medidas de control: nadie comprueba que se respeten sus principios.
Sin embargo, Roelie Post, directora de la organización Against Child Trafficking, va más allá en sus críticas al texto: “El Convenio de la Haya actúa como salvaguarda exclusiva de los padres adoptivos, les concede un marco legal, los sellos y las firmas que necesitan para estar seguros de que nadie va a poder actuar jurídicamente en contra de su adopción. Existe un documento que realmente defiende los intereses de los menores y es la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño. Ésta ya regulaba la adopción internacional y había entrado en vigor sólo tres años antes que el Convenio, en 1990, con lo que cabe preguntarse por qué se hacía necesaria otra legislación. La respuesta es sencilla: el Convenio es mucho menos estricto y más vago en sus formulaciones- es decir, deja mayor margen a la interpretación- y restringe mucho más los derechos de los padres biológicos sobre sus hijos que la Convención”.
Fuente: http://periodismohumano.com/sociedad/se-venden-ninos-pobres-para-padres-ricos.html
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